domingo, 12 de diciembre de 2010

Botas

12 Diciembre 2010
Botas

El derribo de los portones de la Universidad es un exabrupto equivalente a lanzar por la ventana una computadora que se tranca, o reventar contra el suelo un celular que, de momento, no tiene señal. Un acto de rabia. Un desquite que encierra una profunda vena irracional. El mal está en las cosas, en las paredes, en los símbolos, y por lo tanto se destruye atacándolo a martillazos, no importa el valor histórico o sentimental.

En esto, no hay ninguna diferencia con las quemas de libros que han tenido lugar en distintas épocas, períodos oscuros de la humanidad, o la destrucción de templos y monumentos que se lleva a cabo con el convencimiento de que, cuando caen ladrillos y cornisas -o, como en este caso, grandes puertas de hierro-, caen también las ideas y las convicciones.

Llegar a ese extremo, el de alterar la fisonomía de la más importante casa de estudios del País y privarla de su perfil histórico, sólo para presumir de fuerza, crispar los ánimos y hacer morder el polvo a la comunidad universitaria, es rozar unos límites aterradores.

Pocas horas antes de esos acontecimientos, el Secretario de la Gobernación justificaba su frase de sacar a patadas de la universidad a estudiantes y profesores, con el argumento de que él no es persona de eufemismos. Pero es que, en su posición, una cosa como esa no se dice de ninguna manera, ni con eufemismos ni con palabras directas. Un Secretario de la Gobernación, que es la segunda cartera más importante del País, no puede permitirse el lujo de decir que le entrará a patadas a nadie, y menos a gente que protesta. En ese caso, si lo sorprende un micrófono abierto, o se le escapa sin querer la frase, lo que tiene que hacer es disculparse. Y he aquí que no sólo no se disculpa, sino que se reafirma y dice sentirse muy tranquilo por lo que dijo y por la forma en que lo dijo. Agregó además que hablaba por él; de como él haría tal cosa.

Vamos a aclarar el punto. Un Secretario de la Gobernación no puede hacer deslindes en un tema tan crucial. Pongamos por caso que hubiera dicho que le gustaría maltratar a una mujer, pero que eso es lo que él haría, y no la posición del Gobierno. ¿Pasaríamos por alto esa afrenta aunque hablara en su carácter personal? Yo supongo que no. Entre los estudiantes y profesores que él tiene ganas de patear hay mujeres, muchas estudiantes y muchas profesoras. En un País tan golpeado por la violencia de género, ¿alguien se imagina a Rodríguez Ema, él en persona, emprendiéndola a patadas contra ellas?

Entonces se presenta una disyuntiva importante para el Gobernador. Se supone que el Primer Ejecutivo, donde quiera que haya estado, supiera de esas expresiones y, por lo menos (¡por lo menos!), levantara el teléfono para pedirle explicaciones al Secretario de la Gobernación. Pero Rodríguez Ema adujo que el Gobernador se había ido de viaje y que él estaba atendiendo un asunto familiar, por lo que no habían podido hablar del tema. Esa sola admisión pone la carne de gallina. ¿No tuvieron tiempo de apretar el botón de un celular cualquiera para discutir un asunto que dejó boquiabierto al País?

Por otra parte: ¿este es el Gobernador que impulsa la campaña “Promesa de hombre” y el mismo que impulsa la campaña “Tus valores cuentan”? En “Promesa de Hombre” se recalca que “se puede ser fuerte sin agredir”. Pregunto, señor Gobernador: dar patadas, ¿no es una típica agresión? Y en cuanto a lo otro, a los valores que deben inculcarse: ¿cuáles son los valores que mueven a un funcionario que se muestra orgulloso de decir que sacaría a patadas a profesores y estudiantes, para más tarde validar, en entrevista con este diario, el propósito literal de sus palabras?

Rodríguez Ema alega que tiene perfecto derecho a emitir sus opiniones. Efectivamente, lo tiene. Pero la cosa se complica cuando esas opiniones representan el enaltecimiento de un delito. Y sacar a patadas de un lugar público a personas que tienen legítimo derecho a estar en él, lo es.

Las patadas del Secretario de la Gobernación no van sólo contra los estudiantes y profesores de la Universidad, sino que son las previsibles coces que, de ahora en adelante, amenazan los fondillos, pero también las cabezas, espaldas y vientres de los que se opongan y los que protesten. Habrá patadas para los que cuestionen e interrumpan el paso demoledor del gasoducto, y las habrá para quienes exijan respeto a las comunidades, cada vez más reprimidas y marginadas.

Sólo resta imaginar el peso de las botas, altas y con la punta reforzada en acero. Antiguas botas con brillo de aplastar. Las inventaron hace tiempo.
Muy bien por Mayra. Pero ante su pregunta... Rodríguez
Ema nos patea todos los días. Nos pateó cuando nos tiró a la calle, sin
importarle que éramos el sustento de nuestras hijas e hijos; nos pateó, él
personalmente, cuando nos tiró a la policía porque protestábamos en el
Capitolio; nos pateó cuando ahora amenaza con sacarnos de nuestra Universidad.
Todos y cada uno de los días ese hombre nos patea. Pero aquí seguimos. Pase lo que pase, l@s miserables nunca ganan.

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