La violencia hacia las mujeres en Puerto Rico ha sido intimado por muchos como parte de nuestra cotidianidad. Desde que nacemos hasta que morimos las mujeres nos sabemos en riesgo. Por ello, la mera posibilidad de convertirnos en víctimas de una agresión se ha convertido en una agresión por mérito propio, una agresión constante y continua que nos mutila nuestra autonomía y decide por nosotras desde qué ropa utilizar (para que nos tomen en serio), qué trabajos aceptar (en un ambiente dónde no nos hostiguen), por cuál acera caminar (en donde no tenga que exponerme a una falta de respeto), en dónde estacionar (que no me agarren desprevenida), en dónde vivimos (que tenga seguridad 24/7). Al fin y al cabo, la lista de consejos para evitar ser victimizadas nos convierte en presas de la ansiedad. Una no puede evitar preguntarse qué pasa si se obvian los consejos. Si nos agreden, ¿cuál será nuestra justificación para ganar la solidaridad de la sociedad? Solidaridad que, a ratos, se no escapa por un sistema que también nos ultraja.
Detrás de discursos para supuestamente “protegernos” muchas veces se esconde una ideología machista que pretende desplazar la responsabilidad de la sociedad de velar por la paz y seguridad de sus mujeres y hombres, hacia los hombros de las propias mujeres. Así, a las mujeres nos invade un terrible sentimiento de culpa cuando sentimos que no seguimos “los consejos” al pie de la letra, si de repente nos tomamos un trago de más, o si salimos de nuestras casas después de las 12 de la noche, si le sonreímos a un chico, o si conducimos con la ventana del auto abierta. La sociedad nos violenta y pretende culparnos por la violencia. Es casi como si nos preguntara: ¿Quién nos manda a ser mujeres?
No lo vamos a permitir.
PrOhIbIdA La InDiFeReNcIa
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