En mi temprana adolescencia, convencí a mi madre para que me permitiera hacerme mi primera manicura. En cuanto obtuve la ansiada autorización, corrí a un salón de belleza y allí conocí a Ada, la dueña del lugar. Simpática, agradable, sonriente, siempre trabajadora, Ada. Su socio era también su esposo, así que lo recuerdo a él también, entrando y saliendo del salón, mientras Ada trabajaba con mis manos. Un día, de repente, el salón de belleza amaneció cerrado. Ada había sido asesinada por su esposo. Se abrió la caja de pandora. Por primera vez, en mi vida escuché de primera mano sobre cómo la distorsión de lo que es una relación amorosa puede terminar en muerte. Perdí la inocencia.
Durante mis años de escuela superior compartí con muchachas que se convirtieron en parte importante de mis años de formación. Martita era una de ellas. En plena adolescencia éramos felices, riendo y corriendo por los pasillos del colegio. Como pasa en estos casos, la graduación marcó la separación. El reencuentro con Martita se dio en las más terribles circunstancias. Ella marchó a Estados Unidos. Pero su novio, estando hasta allá, la torturó y la asesinó. Así, volví a ver a Martita, con su linda sonrisa apagada, sus ojos oscuros cerrados, sus manos una sobre la otra ya no daban abrazos. Triste, triste día que quisiera no recordar, pero lo hago.
Hace pocos años, mi madre me llamó para darme otra noticia. El hijo de una de sus mejores amigas acababa de asesinar a Brenda, su ex compañera. La misma ex compañera a la que había abandonado con tres hijos, y a quien, al parecer, no le perdonaba que hubiese logrado con mucho esfuerzo y sacrificio levantar una casita humilde en el Barrio Bunker de Caguas. Un día, él la llamó para que saliera de la casa, ella se limitó a abrirle una ventana... él le disparó a través de ella. El hombre en cuestión anduvo campeando por su respeto por el barrio por muchos meses, hasta que por fin lo arrestaron. Dicen que está en la cárcel.
Recientemente, en este blog puse la noticia del asesinato de Lizzia. Más tarde, tristemente, me enteré de que Lizzia era una querida compañera de trabajo de mi amigo Isidro. Trabajaba en uno de las mesas de cosméticos de Sears. Me cuenta Isidro, que Lizzia era solidaria, dadivosa, alegre… a veces no tenía dinero para comer por tal de cumplir con todas sus responsabilidades económicas. Ella no pensaba que su esposo la mataría. Estaba equivocada.
Así, cuatro han sido las mujeres conocidas por mí o por personas cercanas a mí que han sido asesinadas por sus parejas. Sus historias se unen a la de mis otras conocidas, algunas más cercanas que otras, que han sido manoseadas por familiares, acosadas por ex novios, hostigadas por sus supervisores, insultadas por sus parejas. Por eso, cuando digo que “cuando violan a una mujer, nos violan a todas” o que “Elida era una de nosotras” lo digo en serio.
A Ada, Martita, Brenda y Lizzia, a sus hijas e hijos, a sus madres y padres, a todas aquéllas y aquéllos que las lloran y extrañan cada día, va dedicado este espacio durante la Jornada de No Más Violencia Hacia las Mujeres.
PrOhIbIdO OlViDaR
No hay comentarios:
Publicar un comentario