Tiempo de restaurar
lunes, 16 de noviembre de 2009
Arys L. Rodríguez Andino / Primera Hora
Cuando vio que su compañero empezó a destruir la casa y la amenazó con un cuchillo no dudó, ni un segundo, de que lo importante en ese momento era salir de allí con sus hijos. Descalza y en bata agarró a los menores, cruzó la avenida y marcó el 911, única llamada que podía hacer sin dinero.
De eso ya pasaron cinco años.
“Un día llegó tomado de madrugada y yo dije: 'No voy a discutir con ebrios', y entonces fue peor el remedio que la enfermedad porque se molestó porque no le hacía caso. Empezó a destruir cosas en la casa y en una de ésas tomó un cuchillo y yo me dije: 'Esto no es para mí'”, narró Myrna Arias, una mujer de 41 años que detuvo lo que pudo ser el principio de un patrón constante de violencia doméstica.
Con asistencia de la Policía recogió sus cosas y se fue a la casa de su padre, lugar que le permitió, dentro de las circunstancias, poner su mente en orden.
Como toda víctima tuvo que repetir, una y otra vez, la situación que había vivido. “Una persona te pregunta y otra te pregunta lo mismo. Estuve desde la mañana hasta las seis de la tarde. Irónicamente, él salió primero porque lo estaba esperando un fiador y yo me quedé esperando a que me dieran la orden de protección porque así funciona el sistema”, explicó Arias, una ex consejera familiar que había dejado de trabajar por petición de quien se convirtió en su maltratante.
Sin trabajar y con una niña y un niño que mantener, Arias se dio a la tarea de buscar opciones. “Tenía una familia que me apoyaba, pero no es lo mismo”, expresó.
“Llegué al Hogar Ruth pero yo no necesitaba albergue en ese momento porque estaba con mis papás”, mencionó.
Referida por una trabajadora del Hogar, llegó a Matria, una organización que atiende a mujeres de todo el país víctimas de violencia doméstica, agresión sexual o acecho.
En Matria consiguió un vale de vivienda transitoria por 12 meses, periodo que aprovechó para tomar un curso de chef de cocina nacional e internacional.
Aunque su interés era trabajar por su cuenta, dirigió una compañía de camiones para reunir dinero y no tener que recurrir a préstamos para iniciar su empresa.
Durante dos años y medio estuvo entre camioneros, un reto grande del que salió fortalecida y lista para su Culinary Adventure, la compañía que creó para ofrecer servicios de catering y de chef personalizado. “Es como en un restaurante pero en el sitio que tú quieras. Nos sentamos contigo y diseñamos el menú”, explicó.
Ya con independencia económica, cuando necesita asistencia para los catering, contrata a otras que, como ella, han sido sobrevivientes de violencia doméstica. “A veces uno tiene las oportunidades, las pones en una esquinita y cuando vienes a ver ya pasó el tiempo y no lo hiciste”, analizó.
Otra que también aprovechó la oportunidad fue Vidalia Cosme Villegas, una joven madre de 29 años que llegó a Matria “derrotada totalmente” por el maltrato emocional al que la sometía su esposo.
“No me daba valor. Todo estaba mal para él. Nunca hice nada para él”, dijo.
Tan convencida estaba de que no servía para nada que se olvidó de que su sueño era ser mecánica, una profesión que conocía porque era a lo que se dedicaban su papá y su mamá.
“Le dije (a la psicóloga) que lo que yo quería era ser mecánica como mi papá y mi mamá y así, el único trabajo que yo podía hacer con ganas y empeño era eso. Intenté estudiar secretarial médico y no me gustó”, confesó sobre sus intentos por prepararse para un trabajo común.
Con la ayuda del personal de Matria, recibió el empuje que le faltaba para ser lo que quería ser. En un año y tres meses se convirtió en mecánica.
Antes de graduarse le pidió trabajo a un amigo que, para ponerla a prueba, la retó a que montara una transmisión. “Me dejó sola y yo lo hice todo. Desde chiquita yo bregaba en mecánica. Él era el que no me creía”, expuso mientras movía sus manos de uñas cortas, llenas de una grasa que “se va con un cepillito”.
Destacada en los estudios, un profesor la contrató como mecánica diésel. Única mujer en el equipo, a los camioneros que atiende les parece “raro” que ella esté ahí.
Aunque no se siente diferente, reconoce que algunos clientes ponen en duda su capacidad. “Han tratado de venderme las piezas que no son y yo digo, 'no es y no es'”, sostuvo enérgica.
Una vez en que tenía que diagnosticar una guagua le dijo al dueño que el starter estaba roto y el vehículo no quería prender. “¿Cómo va a ser si la guagua está bien?”, le insistía el individuo. “Tuve que sacarlo y mostrarle. Si fuese hombre, no pasaba”.
La mecánica no le luce complicada. Ahora, cambiar su mentalidad de derrotada, sí. “Pero ya sé que no hay nada imposible. Ya no me trato de poner obstáculos”.
Como ella, Marolyn Delgado Quiñones trata cada día de vencer las dificultades. Fácil no es. Como no fueron fáciles sus diez años en el negocio de ventas de sustancias controladas.
“Esa etapa es como una película”, recuerda la joven de 34 años, quien llegó a cumplir cárcel y quien aprovechó ese tiempo “como un retiro”. “Duré cuatro meses en Vega Alta y la sentencia mayor en el hogar”.
Al terminar su condena se encontró con que la calle seguía tan dificultosa como cuando la dejó. Por un tiempo trabajó en un restaurante con un salario de $7.00 la hora. De pobre no la sacaba, pero “algo es algo”.
Después de unos meses sin trabajo y las cuentas en aumento llegó a Matria, donde un préstamo le ha permitido abrir una empresa de mantenimiento de áreas verdes, sellado de techos y pintura de residencias.
“Compré una podadora, una sierra y un trimer”, dijo sobre las primeras herramientas de su negocio. En el baúl de un volvo del 86 que le regaló la actriz Elia Enid Cadilla lleva el equipo.
De sus años del punto le queda el recuerdo de no dormir. “Uno no duerme. Tenía que subir las escaleras con una pistola. Tenía a mis enemigos y a la Policía”, expresó Delgado Quiñones, quien atribuye a la muerte de su madre y a las vicisitudes de la pobreza su inmersión en la venta de drogas. Ahora sus energías están puestas en el negocio y, aunque a veces se deprime porque las cosas no marchan con la rapidez que quisiera, ya no se le esconde a nadie. “No me persigue nadie”.
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