01-Julio-2009 | SOFÍA IRENE CARDONA
BUSCAPIÉ
Duelo
Apesar de que las mujeres tienen prohibido cantar públicamente en Irán, Neda Agha-Soltan se las había agenciado para, además de estudiar filosofía islámica, tomar lecciones clandestinas de canto. Con su profesor de música andaba, por las convulsas calles de Teherán, cuando recibió el balazo que la silenció para siempre. Apoyar el restablecimiento de la democracia en su país, fue su último acto de desafío.
Dice la prensa, conmovida por la carga poética de las circunstancias, que su nombre persa, Neda, significa, oportunamente: voz, llamado, mensaje divino. Su llegada al mundo debió haber sido, para sus padres, una gran alegría.
Seguramente, hubieran preferido mantener a su hija discretamente viva, pero el balazo que recibió en el pecho la convirtió en emblema de la lucha por la justicia en su país; Neda, “la voz de Irán”. “¡Me quemo! ¡Me quemo!”, decía Neda, mientras agonizaba tirada en la calle. Podría pensarse que la vida se debatía por contenerse en aquel cuerpo joven. Esta misma fuerza incendió la conciencia de más de un espectador del vídeo clandestino, que recoge sus últimos instantes y recorrió el mundo a pesar de la censura.
En una candorosa confesión grabada en Internet, un cibernauta norteamericano confiesa que, a pesar de haber visto antes varias crudas imágenes del conflicto, no le importó lo que sucedía en Irán, hasta que vio morir a Neda.
“No tenía nada que ver conmigo”, dice, en tono avergonzado, “era una batalla más, un fulano enfrentado a otro fulano por el poder”. Sin embargo, la imagen de la inofensiva joven, desangrándose ante la desesperación de su maestro, resulta una contundente muestra de la barbarie. Ésa que se encuentra en todas partes, con diferentes nombres y rostros, atentando contra la inteligencia y la esperanza. En cualquier lugar y en cualquier momento, puede alcanzarnos su zarpazo.
Aunque lejana, la muerte de Neda, entonces, no es ajena. En ese mismo fuego en que moría, suelen arder la obstinación y el desafío de los buenos jóvenes de estos tiempos, en todas partes. Por eso penamos por ellos amargamente cuando quedan inmóviles, para siempre detenidos, bajo cualquier cielo.
La autora es profesora universitaria y escritora.
2 comentarios:
Nada me ha hecho sentirme tan pequeño como cuando vi ese video. He visto gente morir, pero nada así.
Fue terrible, Eduardo. Tengo que aceptar que me arrepentí de haberlo visto. No puedo borrar la imagen, que pudo haber sido cualquiera de nosotras o nosotros. Estas tragedias trascienden fronteras.
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