El reconocido intelectual explica en una entrevista de Página/12
los retos actuales del feminismo y la necesidad de su articulación con
otros movimientos sociales.
Por Mariana Carbajal / Página 12
Asiduo concurrente del Foro Social Mundial, el académico portugués
Boaventura de Sousa Santos es uno de los intelectuales más comprometidos
con los movimientos sociales de todo el mundo. Días atrás, fue uno de
los poquísimos varones invitados como panelistas en el Foro
Internacional de la Asociación para los Derechos de la Mujer y el
Desarrollo (AWID, por su sigla en inglés) que se desarrolló en Estambul y
en el que participaron más de 2200 mujeres de 140 países. Casi como una
“pop star”, numerosas jóvenes se quisieron fotografiar con él. Por la
masiva concurrencia femenina, los baños masculinos del moderno Centro de
Convenciones, donde se realizó esa gigantesca cumbre global feminista,
fueron habilitados como mixtos. Y Boaventura se sorprendió cuando en un
apuro ingresó a uno y se encontró rodeado de mujeres.
En el Foro de AWID, De Sousa Santos exhortó a los movimientos
feministas a promover la articulación con otros movimientos sociales que
tienen la lucha contra el modelo neoliberal como agenda prioritaria. En
una entrevista con Página/12, ahondo en esa idea y en cómo generar esas
alianzas. “Este enfoque en los modelos económicos dominantes, que son
androcéntricos, patriarcales, homofóbicos, es una agenda bastante fuerte
de articulación entre mujeres de varias partes del mundo”, afirmó. Y
consideró que “cuando las mujeres entran en las luchas sociales, las
agendas de los movimientos cambian”.
De Sousa Santos es doctor en Sociología de la Universidad de Yale y
desarrolla sus actividades actualmente en la Facultad de Economía de la
Universidad de Coimbra, donde dirige el Centro de Estudios Sociales.
Además es visitante de las universidades de Wisconsin-Madison, San
Pablo, Los Andes y en la London School of Economics. Entre otros libros,
escribió Refundación del Estado en América Latina. Perspectivas desde
una epistemología del Sur y Portugal. Ensaio contra a autoflagelaçao.
Recientemente publicó cinco Cartas a las Izquierdas, en Página/12, donde
interpela a las izquierdas en relación con la crisis por la que
atraviesa el mundo.
–Retomando su concepto de traducción, ¿qué piensa que deben traducir los movimientos de mujeres?
–El movimiento de mujeres tiene dos tareas muy importantes de traducción. La primera, dentro del movimiento feminista. Sabemos que en su interior hay divisiones enormes. Ahora mismo, en Porto Alegre, estuve con mujeres mapuches que no se conectan de ninguna manera con las luchas de mujeres argentinas porque, según ellas, las mujeres blancas trabajan por los derechos sexuales y otro tipo de demandas que para ellas pueden ser importantes, pero lo más importante es la defensa de la tierra y del agua, y dicen que a las mujeres blancas ese tema no les preocupa. Esto impide cualquier articulación de movimientos de mujeres, porque hay prejuicios de prioridades de lucha.
–Hay distintas prioridades de acuerdo con el contexto en el que se vive...
–Comprendo plenamente que para un feminismo urbano hay otro tipo de demandas importantes. El problema es que noso-tros, después del Foro Social Mundial, estamos convencidos de que es muy difícil hacer prioridades abstractas entre luchas. Hay luchas que ahora pueden ser más importantes para un grupo que para otro, pero nunca se sabe si esa lucha no será también importante para el otro grupo en el futuro. Por ejemplo, si las mujeres mapuches están luchando ahora por el agua, sabemos que el agua no es necesaria solamente para los campesinos. Las ciudades dependen brutalmente del agua. Una de las luchas recientes más exitosas que tuvimos fue en Colombia, donde en Bucaramanga se pudo conectar el movimiento campesino por agua de riego con los movimientos urbanos que luchaban por agua potable. Ese es el primer ejercicio de traducción intercultural dentro del movimiento feminista.
–¿Cuál sería el segundo?
–La segunda dimensión de traducción intercultural es entre el movimiento de mujeres y los otros movimientos sociales. Las mujeres han sido desde inicios del siglo XX un gran movimiento social. El fracaso, de alguna manera, del movimiento socialista en los países del este europeo, combinado con la declinación relativa del movimiento obrero, abrió una brecha para otros movimientos sociales, entre los cuales las mujeres, los indígenas, los campesinos, son los más destacados. Las mujeres han traído una nueva forma de activismo. Es un activismo alegre, de fiesta. Cuando estudiamos el movimiento obrero del siglo XIX, vemos que había teatro, poesía, bailes, porque para los obreros no había otros momentos de cultura, recreo, y fiesta sino dentro de sus organizaciones. Después, el sindicalismo se transformó en una cosa muy seria, diría aburrida, y se perdió la fiesta. Las mujeres han traído de regreso la fiesta, la celebración de la vida, los colores. Fue una nueva energía para el movimiento social en su totalidad que las mujeres aportaron y han logrado cambios en la agenda. Desde la Cumbre Mundial de Mujeres, de Beijing en 1995, hasta hoy, los logros son fundamentales. Pero no podemos decir que fue un éxito total. Porque mismo aquí en Europa, donde estamos –para mí Turquía es parte de Europa–, las mujeres tienen salarios inferiores a los de los hombres por el mismo trabajo, hay formas de machismo en todas las universidades, en las fábricas, en las calles, por todos lados. Ni en Europa nos podemos enorgullecer de haber resuelto el problema del sexismo. Me pregunto cómo vamos a pasar de aquí a una victoria más ancha, más densa, más sostenible en una época que, a mi juicio, será más difícil. Mismo en América latina, esta segunda década aparece más hostil a los movimientos progresistas, con más grupos de derecha. Creo que es necesario más que nunca unificar las fuerzas de los movimientos sociales como también las fuerzas de izquierda y es por eso que vengo escribiendo para Página/12 las Cartas a las Izquierdas. Es parte del mismo proyecto, de mi inquietud, de ver que las izquierdas se van a separar cada vez más y los movimientos también. Es muy importante que las mujeres no consideren avanzar solas por sus propias demandas.
–El problema es que nadie se concentra en las demandas de las mujeres si ellas, nosotras, no lo hacemos...
–Absolutamente. Lo tienen que seguir haciendo. Pero lo que tienen que ver es que involucrándose en otras demandas que no son originalmente suyas hacen dos cosas. Por un lado cambian las demandas. Por ejemplo, observemos las luchas contra el extractivismo en Perú o en Argentina. Cuando las mujeres entran en las luchas, la vida cotidiana, la vida de las familias, la calidad de la alimentación y del agua, entran dentro de la agenda. Porque las mujeres son las que las traen. Creo que la entrada de las mujeres en las agendas cambian esas agendas. Al mismo tiempo, se van sembrando las semillas de solidaridad para que mañana, frente a una agenda feminista, por ejemplo, el derecho al aborto que está en peligro, puedan ir a buscar a otros movimientos, el indígena, ecologista, de derechos humanos, para que se movilicen por ellas también.
–A su criterio, ¿cuáles cree que son los desafíos de los feminismos en América latina?
–La lucha es de dos tipos, muy claramente económica. Sabemos que hay un enfrentamiento muy fuerte, tenaz, en Argentina por supuesto y también en otros países, por un nuevo desarrollismo que debido al impulso de China está muy concentrado en los recursos naturales, que destruye a la Madre Tierra y a la Naturaleza. Es un modelo que desplaza gente de sus fincas, de sus tierras ancestrales, porque es un sistema de plantación de grandes hectáreas, de monocultivo. También tenemos al extractivismo de la minería, del oro, que está también destruyendo las tierras y contaminando el agua. En Argentina está el caso de Famatina, en La Rioja. Estuve involucrado con esa lucha, firmé cartas. ¿Quiénes son los activistas? Si ves las fotos, son mujeres. El primer reto es el modelo de de-sarrollo: este modelo sigue siendo el neoliberal, moderno, colonial. Las formas de desarrollo sostenible ya no son creíbles: lo único que quieren es desarrollo. No tienen ninguna preocupación por el medio ambiente. Las mujeres hoy, porque son una de las más afectadas por el neoliberalismo, por toda la destrucción ecológica, son las que deben meter el modelo económico en su agenda. Y esto puede ser a mi juicio también una traducción intercultural y una articulación interesante entre las mujeres latinoamericanas y africanas. Este enfoque en los modelos económicos dominantes, que son androcéntricos, patriarcales, homofóbicos, es una agenda bastante fuerte de articulación entre mujeres de varias partes del mundo.
–¿Cuál es el otro desafío?
–Hay otro desafío, que es muy importante, que es más de raíz cultural y político. Porque nosotros lo que estamos mirando en la especificidad de Latinoamérica es que con las Constituciones de Ecuador y de Bolivia, lo que está pasando ahora en Chile y en Argentina, hay un intento de reformar el Estado. Nosotros somos sociedad civil, pero sabemos que como tal no podemos florecer si el Estado es un muro que no te deja pasar, que te impide hacer oír tus demandas. Para este Estado patrimonialista y oligárquico, como siempre fue en América latina, hubo dos soluciones: la primera fue el autonomismo, que está bien representado por los zapatistas, o sea, “si el Estado no quiere nada con nosotros, no queremos nada con el Estado”. Ahora en Argentina tienen un debate desatado dentro de los movimientos sociales para saber qué posición tomar sobre el Gobierno y sobre el Estado, que son dos cosas distintas. Para algunos hay que mantener la autonomía que viene del movimiento piquetero, de las empresas recuperadas. Frente al colapso del Estado, al “que se vayan todos”, obviamente que la autonomía es el recurso. Pero otros movimientos, al contrario, parten de la idea de que el Estado es una relación social, y por eso contradictoria, y que el Estado de Kirchner no es lo mismo que el de Menem, y que por eso es posible hacer alianzas.
–El Gobierno acaba de impulsar la expropiación del 51 por ciento de las acciones de Repsol de la petrolera YPF...
–Durante la gestión de Menem, en la que se privatizó todo, hubiese sido imposible pensar una medida de ese tipo. Hay movimientos autonomistas en Argentina para los cuales ese tema no es muy importante. Para otros, incluiría mi persona en esos, una nacionalización de la petrolera es algo significativo, que da una señal de un cambio de relaciones de Estado en Argentina. Los movimientos deben conectarse con eso. ¿Cuál serán los papeles de las mujeres? Aquí las mujeres solitas no pueden. Por más fuertes que sean. Y en Argentina lo fueron. Por la dictadura sabemos muy bien que le ha dado un protagonismo enorme al movimiento de mujeres, empezando con las Madres de Plaza de Mayo. El autonomismo a mi juicio va a dividir más algunos movimientos. Si sos autónomo y no quieres conectarte con el Estado, tú tienes que apoyarte en tus propias fuerzas y quieres consolidar tu base. Si tú estás en un movimiento como el LGBT y recibes plata del gobierno de Belo Horizonte y hay otros que son afrodescendientes, que también reciben plata, tienen un tema para tratar juntos: ¿cómo vamos a lidiar con este problema que es recibir la plata manteniendo la autonomía? El desafío de la economía y el de la reforma del Estado son los dos grandes retos del movimiento feminista y de todos los movimientos en América latina.
–Usted decía que las demandas de los movimientos feministas urbanos tienen que ver con los derechos sexuales y reproductivos, temas que a las mujeres mapuches no les resultan prioritarios para su agenda. Sin embargo, pienso que decidir sobre el propio cuerpo tiene que ver con el concepto de autodeterminación.
–Tienes toda la razón. Lo nuevo en este movimiento es que no hay transformación colectiva sin transformación individual. Aquí tendrás que hacer traducción intercultural con las mujeres mapuches. Tú puedes concebir tu cuerpo, mi cuerpo, como nuestro territorio. No es simplemente el río, el árbol. ¿Tú puedes mantenerlo sin respetar el carácter espiritual, autónomo de tu propio cuerpo o no? Esta es la traducción intercultural. Las mujeres mapuches no son hostiles. Lo que suelen ser hostiles son los discursos públicos. Pero cuando empezamos a transformar el cuerpo en una metáfora del territorio, que además transgrede a lo individual y a lo colectivo, porque nuestro cuerpo es una colectividad: es mío pero yo no vivo sin tanta gente que me alimente, que me viste, etc. Por eso la autodeterminación del cuerpo, que es mucho más importante para las mujeres, porque su cuerpo fue más disputado como mercancía, más veces, más tiempo, por una cultura machista, androcéntrica y patriarcal. Si logras hacer esto, no hay contradicción. Hay diferentes perspectivas con el centro en la autonomía.
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