Ivette “Jaydee” Santiago vive orgullosa de todas las cualidades que la sacan de muchos moldes
"Yo no quisiera morirme sin ver mi patria libre y equitativa”.
Santiago llegó al residencial
Columbus Landing por casualidad, y ahora se ha convertido en toda una
líder para su comunidad. (Especial El Nuevo Día / Juan Luis Valentín)
Por Lilliam Irizarry / Especial para El Nuevo Día
Cualquiera diría que Ivette Santiago nació para romper
esquemas. Abiertamente lesbiana desde los 13 años, es madre de dos
hembras y un varón, profesa públicamente la santería y muestra sin
tapujos los 11 tatuajes de su cuerpo.
Jaydee, como le gusta que la llamen, también es líder comunitaria, dirigente estudiantil, activista de derechos humanos y candidata a la Asamblea Municipal de Mayagüez por el Partido Independentista Puertorriqueño.
“Yo vivo mi vida como un libro abierto y sé que, por ser como soy, rompo todos los estereotipos habidos y por haber”, expresa la presidenta del consejo de vecinos del residencial Columbus Landing de Mayagüez, al que ella prefiere llamar “el caserío”. “La palabra ‘residencial’ se la inventaron los políticos para que sonara más bonito. Pero si buscamos la etimología de ‘caserío’, dice que es un conglomerado de casas en un solo lugar. Para mí, esto es y seguirá siendo un caserío. La verdad, porque no se promulgue, no deja de ser verdad”, afirma.
La mujer de 42 años llegó a Columbus Landing hace una década, luego de que el desempleo la obligara a vivir en la calle y dormir en un automóvil junto a sus hijos. Arribó sin otro interés que darles un hogar, pero de la noche a la mañana se convirtió en la líder de toda una comunidad.
La transformación ocurrió una madrugada en que la compañía que administraba el residencial intentaba tumbar las verjas que los residentes habían construido en sus patios. Ella oyó a lo lejos el ruido de máquinas, abrió el portón y caminó hasta el lugar donde se pretendía destruir jardines y huertos caseros. No logró convencerlos de que dejaran las verjas en paz, pero radicó una demanda que desembocó en un victorioso pleito de clase que demostró lo que una comunidad puede lograr cuando se mantiene unida.
“(Por) el hecho de que yo me atreví a hacerle frente al monstruo grande -a la Policía, los administradores y hasta a los gringos (de HUD)-, los vecinos vieron en mí una líder. Y si yo les puedo ayudar, por qué no lo voy a hacer. Solo Dios sabe por qué terminé viviendo en este caserío”, dice.
Santiago tiene una oficina con aire acondicionado en el edificio de usos múltiples, pero su verdadero centro de operaciones son las calles del residencial, donde saluda a medio mundo por su nombre, llama a capítulo a un muchacho que no ha cumplido una tarea que le asignó y alienta a otro que entrena a deshoras en el gimnasio.
Todo, absolutamente todo lo que Jaydee hace por su comunidad, es voluntario. “Vivo del PAN (Programa de Asistencia Nutricional). Haciendo, de tripas, corazones. A veces me las veo feas, pero he aprendido que el cantazo de la puerta que se cierra abre 10 puertas más”.
Asegura que vive en el mejor caserío del mundo. En Columbus Landing se puede dormir con la puerta del apartamento abierta, pues la misma comunidad ha erradicado los robos, y en los últimos tres años ha ocurrido un asesinato: el de una persona que no residía allí. De siete puntos de drogas, hoy quedan dos.
En su comunidad y donde quiera que va se siente respetada en todos los aspectos de su vida, incluyendo su identidad sexual. “Yo digo que yo vivo una vida heterolésbica. ¿Los heterosexuales se abrazan y se besan en público, verdad? Pues yo también. Y el que no quiera verlo, que cierre los ojos”, sostiene Santiago, quien hace ocho meses inició una nueva relación amorosa.
Para Jaydee, el ser abiertamente lesbiana le ha ayudado en su trabajo comunitario, porque la gente se da cuenta de que es honesta y franca. Con su familia es otro cantar, especialmente con su madre, a quien no ve hace ya casi cuatro años. “Yo no la rechacé por ella ser homofóbica; ella me rechazó por yo ser lesbiana”, dice con una voz contundente.
Reconoce que a su madre, que es evangélica, también se le ha hecho difícil manejar su fe en la santería. “Creo que existe un ser más allá de nosotros que nos cuida y nos guía, independientemente de cómo le llamemos”.
Su mayor relación, destaca, es con sus hijos de 21, 18 y 13 años. Los tres son del mismo padre, un amigo al que jamás le ha pedido un centavo de manutención. “Mis hijos son mi mayor éxito en la vida”, dice, y su rostro resplandece. Con sus dos hijas ha tomado clases en la universidad, a donde regresó hace tres años para hacer un bachillerato en Ciencias Sociales que la impulse a cumplir su meta de estudiar Leyes.
Santiago tiene otros dos sueños que son mucho más grandes, aunque no imposibles. “Mis dos amores son la Patria y el Derecho, y mis dos sueños son la independencia de Puerto Rico y la igualdad de derechos para todos. Yo no quisiera morirme sin ver mi patria libre y equitativa”.
Jaydee, como le gusta que la llamen, también es líder comunitaria, dirigente estudiantil, activista de derechos humanos y candidata a la Asamblea Municipal de Mayagüez por el Partido Independentista Puertorriqueño.
“Yo vivo mi vida como un libro abierto y sé que, por ser como soy, rompo todos los estereotipos habidos y por haber”, expresa la presidenta del consejo de vecinos del residencial Columbus Landing de Mayagüez, al que ella prefiere llamar “el caserío”. “La palabra ‘residencial’ se la inventaron los políticos para que sonara más bonito. Pero si buscamos la etimología de ‘caserío’, dice que es un conglomerado de casas en un solo lugar. Para mí, esto es y seguirá siendo un caserío. La verdad, porque no se promulgue, no deja de ser verdad”, afirma.
La mujer de 42 años llegó a Columbus Landing hace una década, luego de que el desempleo la obligara a vivir en la calle y dormir en un automóvil junto a sus hijos. Arribó sin otro interés que darles un hogar, pero de la noche a la mañana se convirtió en la líder de toda una comunidad.
La transformación ocurrió una madrugada en que la compañía que administraba el residencial intentaba tumbar las verjas que los residentes habían construido en sus patios. Ella oyó a lo lejos el ruido de máquinas, abrió el portón y caminó hasta el lugar donde se pretendía destruir jardines y huertos caseros. No logró convencerlos de que dejaran las verjas en paz, pero radicó una demanda que desembocó en un victorioso pleito de clase que demostró lo que una comunidad puede lograr cuando se mantiene unida.
“(Por) el hecho de que yo me atreví a hacerle frente al monstruo grande -a la Policía, los administradores y hasta a los gringos (de HUD)-, los vecinos vieron en mí una líder. Y si yo les puedo ayudar, por qué no lo voy a hacer. Solo Dios sabe por qué terminé viviendo en este caserío”, dice.
Santiago tiene una oficina con aire acondicionado en el edificio de usos múltiples, pero su verdadero centro de operaciones son las calles del residencial, donde saluda a medio mundo por su nombre, llama a capítulo a un muchacho que no ha cumplido una tarea que le asignó y alienta a otro que entrena a deshoras en el gimnasio.
Todo, absolutamente todo lo que Jaydee hace por su comunidad, es voluntario. “Vivo del PAN (Programa de Asistencia Nutricional). Haciendo, de tripas, corazones. A veces me las veo feas, pero he aprendido que el cantazo de la puerta que se cierra abre 10 puertas más”.
Asegura que vive en el mejor caserío del mundo. En Columbus Landing se puede dormir con la puerta del apartamento abierta, pues la misma comunidad ha erradicado los robos, y en los últimos tres años ha ocurrido un asesinato: el de una persona que no residía allí. De siete puntos de drogas, hoy quedan dos.
En su comunidad y donde quiera que va se siente respetada en todos los aspectos de su vida, incluyendo su identidad sexual. “Yo digo que yo vivo una vida heterolésbica. ¿Los heterosexuales se abrazan y se besan en público, verdad? Pues yo también. Y el que no quiera verlo, que cierre los ojos”, sostiene Santiago, quien hace ocho meses inició una nueva relación amorosa.
Para Jaydee, el ser abiertamente lesbiana le ha ayudado en su trabajo comunitario, porque la gente se da cuenta de que es honesta y franca. Con su familia es otro cantar, especialmente con su madre, a quien no ve hace ya casi cuatro años. “Yo no la rechacé por ella ser homofóbica; ella me rechazó por yo ser lesbiana”, dice con una voz contundente.
Reconoce que a su madre, que es evangélica, también se le ha hecho difícil manejar su fe en la santería. “Creo que existe un ser más allá de nosotros que nos cuida y nos guía, independientemente de cómo le llamemos”.
Su mayor relación, destaca, es con sus hijos de 21, 18 y 13 años. Los tres son del mismo padre, un amigo al que jamás le ha pedido un centavo de manutención. “Mis hijos son mi mayor éxito en la vida”, dice, y su rostro resplandece. Con sus dos hijas ha tomado clases en la universidad, a donde regresó hace tres años para hacer un bachillerato en Ciencias Sociales que la impulse a cumplir su meta de estudiar Leyes.
Santiago tiene otros dos sueños que son mucho más grandes, aunque no imposibles. “Mis dos amores son la Patria y el Derecho, y mis dos sueños son la independencia de Puerto Rico y la igualdad de derechos para todos. Yo no quisiera morirme sin ver mi patria libre y equitativa”.
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