Las expresiones de la nueva Procuradora de las Mujeres de Puerto Rico, reseñadas aquí, reclamaron uno de los espacios políticos para adelantar las causas de las “mujeres” (la oficina de la Procuradora) como un espacio para “para defender a todo el mundo, a mujeres, a hombres, a niños, a mujeres envejecientes, a hombres envejecientes”. A preguntas de la periodista, la Procuradora recurrió al lugar común de decir que los hombres eran parte de la sociedad y que si los educamos más, no habría otra víctima de violencia doméstica.
Las palabras de la Procuradora no deben ser tomadas ligeramente. La Oficina que dirigirá tiene un presupuesto limitado para atender una infinidad de retos relativos a los problemas de las mujeres. En el pasado, la Oficina ha dicho presente en temas tan variados como la violencia doméstica, el discrimen en eventos deportivos, la custodia compartida, el derecho de las mujeres a lactar a sus hijos e hijas…. Es mucho el trabajo, como para que ahora la nueva Procuradora pretenda “diversificar” los objetivos de ley de la Oficina. Pero, más allá de esa dimensión de las expresiones de la Procuradora, hoy quisiera hablar sobre la necesidad que sienten ciertas mujeres y grupos de mujeres en incluir a los hombres en sus esfuerzos y propósitos relativos a los problemas de las mujeres. Planteo aquí que dicha necesidad es otra expresión más del llamado backlash que el feminismo de nuestra época ha tenido que enfrentar y afrontar.
De repente la palabra “mujeres” pasó de ser una categoría identitaria reclamada por las feministas para visibilizar, resistir y atacar la opresión por razón de género, a ser una palabra problemática en cuanto y en tanto resulta “excluyente” de los hombres. Es decir, todo el trabajo realizado por las teóricas feministas y otras pensadoras/es en puntualizar la importancia del lenguaje inclusivo ha revertido en un discurso que reclama a las mujeres, aún bajo condiciones de opresión, que abran más espacios a los hombres, so pena de ser señaladas como unas machistas al inverso. De ahí el disparate discursivo de que la contracara del machismo es el feminismo. De ahí que mujeres jóvenes (y no tan jóvenes) a pesar de reconocer las desventajas de las mujeres por ser mujeres, le temen a la palabra feminismo, y se plantean sus trabajos políticos desde una supuesta inclusión, que no resulte demasiado intimidante a los hombres, pues buscan que ellos se incorporen a esos trabajos. Para conseguirlo, algunas de nosotras escondemos la palabra “mujeres”, nos preocupamos en demasía porque los hombres sean parte de nuestros respectivos colectivos y, de repente, en aras de conseguirlo, privilegiamos la posición del hombre (¡¡¡cómo si ellos necesitaron más privilegios!!!). Queda puesto el escenario para que el HOMBRE hable, desde una feliz complacencia, porque no sólo es hombre sino que es un hombre solidario que se presta para ser parte de una lucha feminista, Termina entonces la presencia masculina en una organización de mujeres proyectándose como si tuviera mayor valor político que la presencia de una una mujer, lo cual me parece que no debiera tener cabida en los feminismos.
Evidentemente, algunas hemos asumido que para ser éxitosas en nuestros esfuerzos tenemos que contar con la legitimación de la presencia masculina. Algunas hemos perdido de vista que todavía nos falta mucho camino por recorrer para lograr la equidad de género, por lo que todavía no contamos con el privilegio de regalar espacios. Cada espacio concedido tiene que ser producto de una evaluación, reflexión y discusión sobre las metas políticas que se persiguen y sobre cómo la participación de los hombres adelanta tales metas. Sin la evaluación, la reflexión y la discusión, la inclusión de los hombres al trabajo de la organizaciones pro mujeres únicamente porque son “hombres” sólo tiene el efecto de fortalecer la visión patriarcal de que las reuniones exclusivamente de mujeres carecen de valor político y, peor aún, que la legitimidad del trabajo político proviene de lo masculino. Este fortalecimiento puede llegar a niveles insospechados tales que resulten en que una Procuradora de las Mujeres sostenga que su misión es proteger tanto a las mujeres como a los hombres. No es lo mismo, ni debería ser lo mismo.
Afortunadamente, hombres solidarios siempre han existido, dentro y fuera de las organizaciones de mujeres. Aún así, se me ocurren instancias en que la presencia masculina podría resultar contraproducente. En otras tantas, podría ser productiva. Cuestión de estrategias.
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