lunes, 21 de febrero de 2011

El malestar de la activista

En días recientes, dos escritos han logrado transportarme a mi tiempo como universitaria en tiempos de conflicto huelgario. Uno fue "Fungir como Docentes" del profesor Carlos Pabón y el otro, Resolución de los profesores de la Escuela de Derecho. Ambos escritos me causaron mucho malestar, malestar que intenté digerir de distintas maneras, sin tener claro su origen. Ayer, en medio de cierto intercambio en facebook, vi la luz. Mi amiga Graciela Rodríguez Martinó escribió un comentario en el que nos convocaba a aceptar varias cosas : a) que ser acádemico y ser activista son dos cosas distintas b) que ser acádemico no significa ser intelectual ni ser intelectual significa ser acádemico c) que para aceptar las primeras dos cosas no hace falta verborrea. (Ja, esa es mi Graciela). De repente, al enfocarme en sus primeros dos puntos, comprendí la raíz de mi malestar. Y quiero compartirla con ustedes, aunque también peque de verborrea.

Mi malestar refiere a dos dimensiones políticas: una muy particular y personal y la otra, amplia y pública. Ambas, obviamente, se entremezclan. La primera me lleva a mis siete años universitarios en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico. Entré a la universidad en el año 1998, en medio de una crisis universitaria, provocada por recortes presupuestarios a la Universidad. Estaba en mi último año de escuela superior cuando se dieron las manifestaciones contra Norma Burgos y el ex gobernador dentro del recinto riopedrense y, ya entonces, veía al movimiento estudiantil como el frente de resistencia más próximo a mis circunstancias. Tuvo eso mucho que ver que, a pesar de la amorosa presión de mi padre para que siguiera sus pasos en la contabilidad, me decidiera por las Ciencias Políticas en la Facultad de Ciencias Sociales. Mi instinto informado me decía que necesitaba formarme políticamente de manera rigurosa si quería lograr adelantar algo. Mi sorpresa no fue poca cuando comprendí que esa formación comenzaba desde Estudios Generales. Allí una Ivette Torres Toro, un Kalman Barsy y un Alfredo Matilla (qepd), entre otras y otros, abrieron mi vida de manera al conocimiento, con pasión, humor, solidaridad.... la profesora Torres llegó a compartir su almuerzo conmigo, cuando yo me escapaba a su oficina al mediodía porque prefería hablar con ella antes que comer. Fue en su salón cuando lei por primera vez , con apenas 17 años, a Simone de Beauvoir y su Segundo Sexo. Todavía recuerdo la taquicardia, las manos sudadas, la dilatación de mis púpilas mientras conectaba con el texto. Me había enamorado, perdidamente enamorado, del salón de clases.

Mientras ese enamoramiento se iba cuajando, otros también. Y es que en septiembre de 1998 me invitaron a mi primera pintata. Se cumplía un año desde los acontecimientos con Norma Burgos y el movimiento estudiantil quería conmemorarlo en la rampa de Generales. Uno de los "pelús" de los que hablaba Mike Villegas en su emblemática "Elenita" me invitó a pintar. Y yo, ni corta ni perezosa, agarré una brocha, la llené de pintura roja (¿cómo no?) pinté alguna consigna en la rampa. Mi primer acto político en la Universidad fue pintar "prohibido olvidar". Que orgullosa me sentí. Al otro día, la rampa amaneció completamente pintada de gris. Ni un sólo rastro de nuestras pinturas, consignas y dibujos. Pero cuando yo subía la rampa me fijaba exactamente en dónde estaba la pintura gris que había borrado mi consigna. Me sonreía. Nadie más la veía pero yo sabía que estaba allí. Desde ese momento, busqué de todas las maneras volver a sentir ese júbilo. Me había enamorado de la acción política.

Precisamente, de esa experiencia dual en el alma de la universitaria activista es que habla una de mis feministas favoritas, la profesora Jane Gallop, en su controversial libro "Feminist Acussed of Sexual Harrassment".

The books were a big part of it, but I wasn´t just reading books, I was also going to meetings. Meetings of various sort of women´s groups, both on campus and downtown at the Women´s Center.
...
The books and the meetings are inextricably jumbled together in my memory of that hectic period. there, on the fringes of my college education, I experienced an exhilarating mix of private readings and social community, which I would call learning, in the strong sense of that word. Not only did it change me, but it vastly improved my life then and there in two essential and entwined ways. (Págs.2-3)

Así, por cuatro años, me mantuve activa dentro de los salones de clases, cumpliendo con todas mis responsabilidades, asistiendo a clases aún estando enferma, o llegando empapada por la lluvia, cultivando una relación fuerte con mis profesores y profesoras, visitándoles en sus oficinas, citándome con ellos y ellas en el merendero de Sociales, hablando y hablando, con Raúl Cotto, Javier Colón, María del Pilar Arguelles, Luis Raúl Cámara, Itza Alegría... con Madeline Román, nunca hablé fuera del salón de clases, pero creo que ha sido una de las maestras que más ha influenciado en mi vida, tanto así que su clase de Criminología fue lo que me permitió mantenerme a flote cuando el estudio del Derecho se quedaba corto pero que muy corto en el análisis del fenómeno criminal.

Mientras todo eso pasaba, yo fui a todas las Asambleas a la que fui convocada, marché por los edificios enfermos, porque nos querían cerrar las bibliotecas más temprano, escribí cartas al periódico criticando la falta de participación estudiantil en la toma de decisiones, llegué a reunirme, por cosas del azar, con el rector de turno. Claro, no podían faltar, las marchas contra el ROTC. Si no me adentré más en el movimiento estudiantil fue porque no tenía carro, dependía de la guagua de Río Piedras a Caguas, y muchas veces las reuniones eran tarde. Pero también porque yo no venía de la izquierda organizada, no conocía a nadie y me parecía que era un movimiento bastante machista.

En Derecho, todo cambió. Perdí mucho amor al salón de clases y curiosamente, a la vez, me desconecté del movimiento estudiantil. Las razones para lo primero son muchísimas pero no abundaré sobre ellas. Ahora, sobre lo segundo, fue mi culpa. Me dejé tragar por la enajenación que imperaba en esa Escuela, y de repente mi vida era leer casos y casos. Ni me enteraba de cuándo eran las Asambleas generales de estudiantes..... hasta que llegó la Asamblea del 2005. Ese era mi último año de estudios, ya andaba preocupada por la reválida, cuando de repente, me hallo en medio de una Asamblea de Estudiantes en la que, de repente se votó a favor de una huelga. Yo, al igual que muchos líderes estudiantiles de aquel entonces, voté en contra. Pero la mayoría dijo que no, que nos íbamos a la huelga. Fiel a mis principios, regresé a la Escuela de Derecho a despedirme de ese mundo cruel (ja!) y avisar que había huelga y que las huelgas NO se rompen. Después de todo, yo sí estaba decididamente a favor de los postulados principales del movimiento estudiantil, a saber, reclamos de mayor participación en la toma de decisiones y oposición a un aumento arbitrario en la matrícula.

A los pocos días del inicio de la huelga, un grupo de profesores y profesoras comenzaron a producir artículos, actividades, foros, en los que se pintaban a los y las estudiantes huelguistas como anti intelectuales, seres que no iban a la Universidad a leer ni a aprender. Recuerdo a uno en particular que nos señalaba y nos decía que nosotros realizábamos una especie de perfomance, que simulábamos que éramos estudiantes pero que no lo éramos. Un grupo de ellos, junto a un estudiante de Derecho, idearon la marcha del libro en la que los y las participantes fueron convocados a caminar junto a un libro. Todavía recuerdo que una de mis compañeras de Derecho se llevó el Código Civil (!!!). Y ahí comenzó a configurarse mi fuerte malestar, malestar que al leer los dos documentos que arriba menciono vuelve a activarse. Pregunta Pabón: ¿Por qué el menosprecio y desprecio a las clases y lo que allí ocurre de parte de los sectores que han insistido en esta coyuntura que la “lucha por defender” la Universidad es igual a paralizar las clases? Y yo respondo con otra pregunta: ¿por qué parte de la premisa de que quienes hemos apoyado, en algún momento, la paralización de las clases lo hacemos porque menospreciamos lo que ocurre en el salón? Pabón sabe que, históricamente, dentro del movimiento estudiantil que ha convocado y luchado las llamadas huelgas estudiantiles, se encuentran muchas de las mentes más privilegiadas de nuestra juventud. El lo sabe mejor que nadie, porque- en su tiempo- él fue uno de esos jóvenes. El otro día Noticel publicó una nota sobre las estudiantes lideresas, todas con promedio de estudiantes de honor. En vez de reconocer eso, se prefiere desdeñar a la estudiante huelguista como una persona anti-intelectual y hasta una mediocre.

En realidad, de lo que aquí se trata no es de la creencia de Pabón de que los huelguistas no aprecian el estudio dentro del espacio privilegiado del salón. De lo que se trata es que Pabón simplemente privilegia ciertos sujetos y haceres sobre otros (el estudiante-estudiante vis a vis el estudiante-activista), y para legitimar su posición construye un imaginario reduccionista alrededor de la estudiante huelguista. Se pretende, pues, convocar a los docentes a que se aparten de sus estudiantes activistas, a que se vean como una cuerpo autonómo con problemas específicos que pueden resolver entre ellos, hablando entre ellos, escribiéndose entre ellos. Y para lograr ese alejamiento se recurre a la injusta treta de construir a un otro fácilmente rechazable. ¿Por qué habría una profesora de acoger a un estudiante que presuntamente rechaza la supuesta función propia de ese profesora?

En el 2005 la marcha del libro fue lo que me decidió a trabajar a favor de la huelga. Fue también lo que hizo que me pusiera la camiseta del CUCA. No iba a permitir que discursos injustos, prejuiciados y maliciosos manipularan mi conciencia. Cuando leí a Pabón, reconocí ciertos de esos discursos. He ahí la dimensión personal de mi malestar.

La otra dimensión que explica mi malestar tiene que ver con mi realidad actual como una activista.

Hace cinco años que no soy parte de la comunidad universitaria, es decir, no soy profesora, estudiante ni empleada no docente. A pesar de ello, me une al proyecto universitario, además de mi sincero aprecio y agradecimiento, lazos de amistad con integrantes de la Universidad y porque mis trabajos de activismo me han llevado a trabajar directamente con ellos y ellas. En los pasados conflictos huelgarios he servido como colaboradora de las profesoras, profesores, estudiantes en el conflicto, llevándoles agua, comida, prestándoles asesoría legal, denunciando agresiones en su contra, interviniendo con la policía en momentos de crisis, he sido una entre miles de personas que han respondido a los llamados de solidaridad. Y ahora hay quien pretende reducir el conflicto de la universidad al salón de clases, a una cuestión de docentes o a una cuestión de estudiantes y no a una cuestión del país. He ahí la segunda dimensión de mi malestar.

Reconozco, y acepto, que no todas podemos trabajar desde los mismos frentes. La acádemica no es necesariamente activista. Ni la activista tiene por qué ser una acádemica. Aunque, por lo menos dentro del movimiento feminista, se han logrado exitosas tangencias. Reconozco que la teoría, el estudio, el debate dentro del salón de clases puede revolucionar el alma de una ser humano, pero la gestión propiamente política , el piquete, los murales, las pasquinadas, el cabildeo, los paros, la huelga, la desobediencia civil cumplen una función muy distinta a aquella que se da dentro del salón de clases. La teoría nos da los fundamentos, nos ayuda a convencer a quien quiere y puede escuchar, en un espacio ya demarcado que se reconoce como privilegiado. La acción política es participativa, masifica los postulados, y es lo que finalmente sacude el status quo, es lo que reta la normalidad, es lo que consigue el cambio social. Activismo sin teoría es un panfleterismo pero teoría sin activismo es... pues eso... teoría. El salón de clases me dio a Simone de Beauvoir, pero sin el activismo, El Segundo Sexo se hubiera quedado en meramente una lectura que me hizo pensar.

Ya termino repitiendo algo que por trillado no deja de ser cierto: El futuro del país depende del proyecto universitario. Todos y todas estamos llamadas a defenderlo. El llamado debe ser a respetar lo que la comunidad universitaria entienda es lo mejor para gestionar políticamente su lucha, si es que deciden gestionarla políticamente. Eso, por supuesto, incluye la posibilidad de una retirada parcial para evaluar y repensar estrategias, lo cual debe ser parte importantísima de todo plan de incidencia política. Pero para reconocer esto último no hace falta inventarnos que entrar, permanecer y quedarse en el salón de clases es un evento lo suficientemente subversivo para alterar el orden de las cosas. Hace falta más, mucho más. Defender esto no nos hace ortodoxas, dogmáticas ni intransigentes. Esto nos lo ha enseñado las historias de lucha de los pueblos.


Les dejo Arena y Cal de Fiel a la Vega...

Y cuando tengas que tranzar,
Por conciencia o por lealtad,
Te voy a recomendar, una de arena y una de cal,
Usa una mano pa' jugar y otra mano… pa' levantar y pa' agarrar,
Pa' rempujar, pa' no frenar!




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