lunes, 2 de julio de 2012

Mensaje ante la Junta Solemne del Colegio de Abogados de Puerto Rico


El pasado miércoles 27 de junio de 2012 tuve la gran oportunidad de dirigirme a las personas que asistieron a la Junta Solemne del Colegio de Abogados. Desde que el Presidente del CAPR, Lcdo. Osvaldo  Toledo, me honró con su invitación, tuve claro que aprovecharía la oportunidad para agradecer las grandes oportunidades que el CAPR brinda a las nuevas y nuevos colegiados para desarrollar, al máximo, sus mejores capacidades al servicio del país. Son muchas las anécdotas de resistencia y valentía que el CAPR ha provisto a cientos de generaciones.  Ese es el único camino que garantizará su subsistencia, a pesar de cualquier otra limitación o adversidad. Aquí, comparto mi mensaje. VRT
Hace varias semanas recibí una llamada del Presidente del Colegio de Abogados en la que me informó que la Junta Solemne se aproximaba y le interesaba que la oradora principal fuera una mujer comprometida con el Colegio. Mientras me hablaba yo asentía y hacía una lista mental de las excelentes abogadas colegiadas que todos los días construyen a nuestro Colegio y lo hacen mejor.   Pero de repente escuché de la voz del Presidente un "y quiero que seas tú.   "¿¿¿¿Yo????"
  A pesar de la sorpresa inicial no me costó mucho aceptar   el gran privilegio que me concedió, porque siempre valoro las oportunidades que la vida me brinda para rendirle honor a quien honor merece, así que asumo esta oportunidad única de dirigirme a ustedes para honrar al Colegio de Abogados, que es una de las instituciones más importantes en mi vida como abogada y ciudadana.  
  Antes de comenzar a leer las reflexiones que quiero compartir con ustedes en la noche de hoy, quisiera comentarles que soy una fiel creyente de que en la vida son pocas las casualidades. Creo, más bien, en las causalidades.   De hecho, son cientos las causalidades que me tienen hoy aquí frente a ustedes. Una de ellas,  me permitió conocer con tan solo 17 años   a un abogado extraordinario que, desde nuestra primera conversación, auguró que me convertiría en abogada y que nos encontraríamos en el camino, lo que sucedió diez  años después cuando fuimos colegas en defensa de la comunidad de Villas del Sol. Desde el primer encuentro, él se convirtió en un ejemplo de lo que es vivir la profesión de la abogacía desde un compromiso férreo con la justicia social,   fue y es inspiración para los abogados y abogadas jóvenes que tuvimos la dicha de conocerle y es a él a quien me gustaría dedicarle estas palabras de hoy. Me refiero al compañero recientemente fallecido Juan Santiago Nieves, para quien pido un aplauso.
  La invitación del presidente me hizo recordar el momento en que asumí con orgullo que sería parte de esta institución. No provengo de una familia de abogados. Mi padre fue servidor público por más de 40 años en el Departamento de Hacienda y mi madre fue asistente dental y ama de casa que se dedicó a mi cuidado. Conformábamos la típica familia de clase trabajadora, que hizo malabares para asegurarle a la hija, una educación de excelencia. No éramos abogados ni abogadas, pero escuchábamos y mirábamos con respeto hacia el Colegio de Abogados.  Cuando los licenciados Noel Colón Martínez, Manuel Fermín Arraiza o Harry Anduze hablaban, nosotros escuchábamos.   El Presidente del Colegio de Abogados siempre significó una figura de respeto dentro de mi hogar y el Colegio era una constante referencia.   De hecho, recuerdo que cuando dábamos el paseo de los domingos, papá siempre me señalaba esta sede en su poco disimulado afán de entusiasmarme con la idea de que me convirtiera algún día en una de sus integrantes.
  Así que convertirme en colegiada nunca fue, para mí, un mero paso más para ejercer la profesión de la abogacía. Sin embargo,   puedo reconocer un momento clave que me hizo desear acelerar el tiempo y convertirme en colegiada lo más pronto posible y fue también el día en que pisé esta sede por primera vez. Fue en septiembre de 2005, pocos días después de que tomara la reválida. Ya sabía que sería oficial jurídico en el Tribunal de Apelaciones, pero todavía no sabía si había aprobado la reválida.
  El momento fue la caminata que mi madre y yo, junto a otras muchas personas,   dimos desde el Ateneo Puertorriqueño, con la bandera puertorriqueña en mano, para acompañar al cuerpo de   Filiberto Ojeda Ríos hasta este salón en dónde estamos.   Resulta curioso que el evento que para algunos   fue supuestamente el momento del desapego, para mí fue el momento del encantamiento. Todavía recuerdo mi emoción cuando subimos esas escaleras. Filiberto en el Colegio. Para mí eso tenía y tiene todo el sentido del mundo. Si era verdad que el Colegio de Abogados era la casa abierta del pueblo de Puerto Rico, ¿cómo no iba a recibir a una persona a quien el pueblo despidió en su muerte como a pocas?   ¿Cómo no iba a recibir el cuerpo de una persona que, en ese momento, era el símbolo máximo de la indignación que sintió este pueblo, fuera de líneas partidistas, ante lo que reconoció como una crasa violación a los derechos humanos más básicos? Desde ese día, me sentí comprometida con el Colegio y ese compromiso, ha crecido y se ha profundizado en la medida en que el Colegio ha continuado diciendo presente en los momentos de mayor vulnerabilidad de nuestro pueblo.
  Cuando me veo aquí parada ante ustedes reconozco que no estoy sola. Hace un rato les hablaba de causalidades y, como les decía, han sido muchas. Estoy aquí gracias a mis compañeras veteranas de la Comisión de la Mujer, que me recibieron con los brazos abiertos a pesar de no conocerme, estoy aquí gracias a unos compañeros y compañeras abogadas que me han inspirado a defender comunidades ya observar y operar el Derecho desde la perspectiva de quien menos acceso tiene a la justicia;  también debo agradecer a una jefa solidaria (Maricarmen Ramos de Szendrey), colegiada del año 1986 comprometida con el Colegio de Abogados y que acoge con beneplácito y mucha compresión mis responsabilidades con la Comisión de la Mujer y que apoya el trabajo Pro Bono. Debo reconocer que he sido muy afortunada.
  Sin embargo, soy parte de una generación de abogados y abogadas a la cual ha tomado desprevenida las sacudidas que ha recibido nuestro sistema de justicia. Y es que cuando estudiábamos derecho todavía nos podíamos dar el lujo de soñar con utilizar las prácticas tradicionales de nuestra profesión para el mejoramiento social de las poblaciones más desaventajadas.   Lamentablemente, en el Puerto Rico de hoy, la politiquería, el abuso policiaco, la impunidad, la mentira y la manipulación de quienes tienen el poder nos han perturbado de una manera atroz.   Todavía cuando estudiábamos Derecho los pasillos se llenaban de debates sobre quienes podrían llenar plazas en el Tribunal Supremo, ahora sabemos que eso no se debate en ninguna parte; ni en las Escuelas de Derecho, ni aquí porque no nos dan tiempo para hacerlo, ni en la Legislatura porque a los senadores no les interesa hacerlo.   La Escuela de Derecho quedó muy atrás, a pesar de que no ha pasado tanto tiempo desde que nos graduamos. Allí:

Nos enseñaron que existe la libertad de expresión, pero la Policía Municipal de San Juan multó y amenazó con arresto a compañeras del Movimiento Amplio de Mujeres por pintar un mural en contra de la violencia machista.

Nos enseñaron que la dignidad del ser humano es inviolable pero cuando quisimos llevarles alimentos a estudiantes en huelga, la Policía de Puerto Rico tiró la comida al suelo y amenazó con arrestarnos.

Nos enseñaron que nadie podrá ser despojado de su propiedad sin el debido proceso de ley, pero el Estado pretendía, expulsar a una comunidad entera de unos terrenos sin siquiera entregarles copia de la demanda de desahucio.

Nos enseñaron que las leyes se interpretan según la intención de sus autores y autoras, pero el Tribunal Supremo resolvió que las mujeres que están en relaciones adúlteras están excluidas de la Ley 54 cuando esa clasificación perversa no surge del texto de la ley.

  Todo esto ha abonado a un sentimiento algo desesperado que nos hace preguntarnos: ¿y con esto voy a tener que bregar por 20,25, 50 años? Puedo confiarles que estamos algo desolados. A pesar del cinismo que muchas veces corre y recorre a nuestra profesión, la realidad es que no creo que alguien sospechara que tantas instituciones importantes serían acosadas por quienes tienen el poder. Sin embargo, en la adversidad es que suelen aflorar las mayores fortalezas.
  Me enorgullece asegurarles que existe una generación joven que ha sido sacudida, pero que se mantiene en pie de lucha.    
Les presento a Mariana Nogales. Fue la presidenta del Consejo de Estudiantes de Derecho en la huelga del 2010. Se colegió en el 2011. Es madre soltera de dos hijos. Vive y trabaja por su cuenta y a través de Pro Bono en Humacao. Dice que su carro llega en automático a San Juan, dónde trabaja voluntariamente con la Coalición Puertorriqueña Contra la Pena de Muerte y en la de Humanistas Seculares. Actualmente, está en la Comisión Especial del Colegio a favor del derecho a la fianza y nos representa a todas y todos en el Comité del Pueblo en Defensa de la Fianza.
  Puedo hablarles también de Luis José Torres Asencio, que con una maestría de Harvard, está empeñado en trabajar para el desarrollo económico de quince comunidades a través de la Clínica de Desarrollo Económico Comunitario de la Escuela de Derecho de la UPR. Trabaja con agricultores y agricultoras de Utuado, padres y madres de niños con autismo en Lajas. Eso sin contar que es Director de la Asociación Nacional de Derecho Ambiental y se ha convertido en una voz representativa de la nueva cepa de abogadas y abogados que nos aproximamos críticamente al Derecho.
  También les puedo hablar de la compañera Maricarmen Carillo, colegiada desde el 2007, con maestría de Derechos Humanos, y que trabaja en Servicios Legales de Puerto Rico, dónde representa, entre otros, a pescadores y pescadoras de Villa Palmeras. La filosofía de Maricarmen es que la relación profesional con sus clientes debe partir del respeto hacia su dignidad y de validar sus experiencias de vida.   Aún así, Maricarmen me cuenta que hay un 70% de probabilidades de que se quede sin empleo por los recortes presupuestarios a Servicios Legales.
  Mariana, Luis José y Maricarmen son sólo tres ejemplos de colegiados en la práctica que se suman a tantos otros y otras, que desde el   Gobierno de Puerto Rico apuestan al Colegio, que desde la propia Rama Judicial hacen la diferencia, o incluso desde los grandes bufetes se niegan a dejarse llevar por la marea de la indiferencia.
  Es evidente que a   quien el Colegio está atrayendo, desde que la colegiación es voluntaria,   no es al estudiante de Derecho que busca sólo de la profesión su sustento de vida, ni al abogado despatriado, ni a la abogada indiferente, sino todo lo contrario. Los abogados y abogadas que buscan al Colegio son aquellos comprometidos con la lucha contra la pena de muerte, que defienden los derechos constitucionales, que validan, día a día, prácticas comunitarias e inclusivas del Derecho.   Los nuevos y las nuevas colegiadas   están dispuestos a aportar sus mejores talentos al Colegio de Abogados y al trabajo comunitario y voluntario.   Pero ¿qué esperan, qué esperamos a cambio?
  Esperamos que el Colegio de Abogados abrace una agenda de avanzada y comprometida con los derechos humanos de la población; que visibilice a las mujeres maltratadas, a los inmigrantes sin documentos, a las personas sin hogar, a las comunidades en riesgo de ser desalojadas. La defensa que el Colegio haga de la población tiene por obligación que incluir una crítica a los tribunales del país cuando fallen en su deber de administrar la justica libre de prejuicios. Sé que esto a veces levanta cierta preocupación. Pero hay momentos en que no hay otra alternativa. De eso sabe nuestro Señor Presidente, Lcdo. Osvaldo Toledo,  cuando prefirió la cárcel antes de aceptar una arbitrariedad, en un acto de valentía y desprendimiento, que estoy segura perdurará en los anaqueles de la historia de nuestro Colegio.
Una agenda de avanzada significa validar nuevas maneras de operar al derecho comunitaria y democráticamente. Significa asegurarnos formas de garantizar la autosuficiencia del Colegio para poder resistir los ataques externos y dejar claro que no necesitamos que el Estado valide ni financie nuestras ejecutorias; significa la necesidad de formarnos políticamente para idear nuevas estrategias a favor de nuestros clientes y clientas;   y significa promover la democratización de los procesos judiciales aunque ello implique cierta renuncia al protagonismo del abogado o la abogada en tales procesos.
  Cuando nos enteramos de que el   Tribunal Supremo, a través de una sentencia, había   determinado que una mujer en una relación de adulterio no estaba cobijada por la Ley 54 varias integrantes de la Comisión de la Mujer, junto a compañeras de otros colectivos, nos dimos cita a las afueras del Tribunal Supremo para, entre otras cosas, explicarle a la Prensa la diferencia entre una sentencia y una opinión y exigir que el Departamento de Justicia impartiera directrices al Ministerio Público de continuar presentando cargos contra agresores en relaciones adúlteras, lo cual logramos. Ese tipo de incidencia,   de la que no se habla en las Escuelas de Derecho, es hoy, más que nunca, necesaria para una sobrevivencia digna de nuestra profesión. Y subrayo DIGNA. Porque la profesión de la abogacía siempre va a existir pero queremos ser parte de una profesión que nos haga sentir honrados, y no avergonzados. Es así como nuestro Colegio puede convertirse en un guía moral que no sólo nos acompañe en estos días de tanta vulnerabilidad política y económica sino que nos incentive a ser mejores.
  Para concluir estas reflexiones, quisiera reafirmar mi compromiso con esta institución; honro a todos los compañeros y compañeras que me llevan años de ventaja en cuanto a compromiso y verticalidad; agradezco a todos los presidentes y presidentas de nuestra Institución por haberla cuidado al máximo de sus capacidades; les convoco a acompañarnos en el camino, pasadas, presentes y futuras generaciones, siempre mirando hacia el horizonte, orgullosas y orgullosos, de haber elegido voluntariamente ser parte de una de las instituciones más valientes de nuestro país. Muchas gracias.

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