El pasado miércoles 27 de junio de 2012 tuve la gran oportunidad de dirigirme a las personas que asistieron a la Junta Solemne del Colegio de Abogados. Desde que el Presidente del CAPR, Lcdo. Osvaldo Toledo, me honró con su invitación, tuve claro que aprovecharía la oportunidad para agradecer las grandes oportunidades que el CAPR brinda a las nuevas y nuevos colegiados para desarrollar, al máximo, sus mejores capacidades al servicio del país. Son muchas las anécdotas de resistencia y valentía que el CAPR ha provisto a cientos de generaciones. Ese es el único camino que garantizará su subsistencia, a pesar de cualquier otra limitación o adversidad. Aquí, comparto mi mensaje. VRT
Hace
varias semanas recibí una llamada del Presidente del Colegio de Abogados en la
que me informó que la Junta Solemne se aproximaba y le interesaba que la
oradora principal fuera una mujer comprometida con el Colegio. Mientras me
hablaba yo asentía y hacía una lista mental de las excelentes abogadas
colegiadas que todos los días construyen a nuestro Colegio y lo hacen
mejor. Pero de repente escuché de la voz del Presidente un
"y quiero que seas tú. "¿¿¿¿Yo????"
A pesar de
la sorpresa inicial no me costó mucho aceptar el gran privilegio
que me concedió, porque siempre valoro las oportunidades que la vida me brinda
para rendirle honor a quien honor merece, así que asumo esta oportunidad única
de dirigirme a ustedes para honrar al Colegio de Abogados, que es una de las
instituciones más importantes en mi vida como abogada y ciudadana.
Antes de
comenzar a leer las reflexiones que quiero compartir con ustedes en la noche de
hoy, quisiera comentarles que soy una fiel creyente de que en la vida son pocas
las casualidades. Creo, más bien, en las causalidades. De
hecho, son cientos las causalidades que me tienen hoy aquí frente a ustedes.
Una de ellas, me permitió conocer con tan solo 17
años a un abogado extraordinario que, desde nuestra primera conversación,
auguró que me convertiría en abogada y que nos encontraríamos en el camino, lo
que sucedió diez años después cuando fuimos colegas en defensa de la
comunidad de Villas del Sol. Desde el primer encuentro, él se convirtió en un
ejemplo de lo que es vivir la profesión de la abogacía desde un compromiso
férreo con la justicia social, fue y es inspiración para los
abogados y abogadas jóvenes que tuvimos la dicha de conocerle y es a él a quien
me gustaría dedicarle estas palabras de hoy. Me refiero al compañero
recientemente fallecido Juan Santiago Nieves, para quien pido un aplauso.
La
invitación del presidente me hizo recordar el momento en que asumí con orgullo
que sería parte de esta institución. No provengo de una familia de abogados. Mi
padre fue servidor público por más de 40 años en el Departamento de Hacienda y
mi madre fue asistente dental y ama de casa que se dedicó a mi cuidado. Conformábamos
la típica familia de clase trabajadora, que hizo malabares para asegurarle a la
hija, una educación de excelencia. No éramos abogados ni abogadas, pero
escuchábamos y mirábamos con respeto hacia el Colegio de
Abogados. Cuando los licenciados Noel Colón Martínez, Manuel Fermín
Arraiza o Harry Anduze hablaban, nosotros escuchábamos. El
Presidente del Colegio de Abogados siempre significó una figura de respeto
dentro de mi hogar y el Colegio era una constante
referencia. De hecho, recuerdo que cuando dábamos el paseo de
los domingos, papá siempre me señalaba esta sede en su poco disimulado afán de
entusiasmarme con la idea de que me convirtiera algún día en una de sus
integrantes.
Así que
convertirme en colegiada nunca fue, para mí, un mero paso más para ejercer la
profesión de la abogacía. Sin embargo, puedo reconocer un
momento clave que me hizo desear acelerar el tiempo y convertirme en colegiada
lo más pronto posible y fue también el día en que pisé esta sede por primera
vez. Fue en septiembre de 2005, pocos días después de que tomara la reválida.
Ya sabía que sería oficial jurídico en el Tribunal de Apelaciones, pero todavía
no sabía si había aprobado la reválida.
El momento
fue la caminata que mi madre y yo, junto a otras muchas
personas, dimos desde el Ateneo Puertorriqueño, con la bandera
puertorriqueña en mano, para acompañar al cuerpo de Filiberto
Ojeda Ríos hasta este salón en dónde estamos. Resulta curioso
que el evento que para algunos fue supuestamente el momento
del desapego, para mí fue el momento del encantamiento. Todavía recuerdo mi
emoción cuando subimos esas escaleras. Filiberto en el Colegio. Para mí eso
tenía y tiene todo el sentido del mundo. Si era verdad que el Colegio de
Abogados era la casa abierta del pueblo de Puerto Rico, ¿cómo no iba a recibir
a una persona a quien el pueblo despidió en su muerte como a
pocas? ¿Cómo no iba a recibir el cuerpo de una persona que, en
ese momento, era el símbolo máximo de la indignación que sintió este pueblo,
fuera de líneas partidistas, ante lo que reconoció como una crasa violación a
los derechos humanos más básicos? Desde ese día, me sentí comprometida con el
Colegio y ese compromiso, ha crecido y se ha profundizado en la medida en que
el Colegio ha continuado diciendo presente en los momentos de mayor
vulnerabilidad de nuestro pueblo.
Cuando me
veo aquí parada ante ustedes reconozco que no estoy sola. Hace un rato les
hablaba de causalidades y, como les decía, han sido muchas. Estoy aquí gracias
a mis compañeras veteranas de la Comisión de la Mujer, que me recibieron con
los brazos abiertos a pesar de no conocerme, estoy aquí gracias a unos compañeros
y compañeras abogadas que me han inspirado a defender comunidades ya observar y
operar el Derecho desde la perspectiva de quien menos acceso tiene a la
justicia; también debo agradecer a una jefa solidaria (Maricarmen
Ramos de Szendrey), colegiada del año 1986 comprometida con el Colegio de
Abogados y que acoge con beneplácito y mucha compresión mis responsabilidades
con la Comisión de la Mujer y que apoya el trabajo Pro Bono. Debo reconocer que
he sido muy afortunada.
Sin
embargo, soy parte de una generación de abogados y abogadas a la cual ha tomado
desprevenida las sacudidas que ha recibido nuestro sistema de justicia. Y es
que cuando estudiábamos derecho todavía nos podíamos dar el lujo de soñar con
utilizar las prácticas tradicionales de nuestra profesión para el mejoramiento
social de las poblaciones más desaventajadas. Lamentablemente,
en el Puerto Rico de hoy, la politiquería, el abuso policiaco, la impunidad, la
mentira y la manipulación de quienes tienen el poder nos han perturbado de una
manera atroz. Todavía cuando estudiábamos Derecho los pasillos
se llenaban de debates sobre quienes podrían llenar plazas en el Tribunal
Supremo, ahora sabemos que eso no se debate en ninguna parte; ni en las
Escuelas de Derecho, ni aquí porque no nos dan tiempo para hacerlo, ni en la
Legislatura porque a los senadores no les interesa hacerlo. La
Escuela de Derecho quedó muy atrás, a pesar de que no ha pasado tanto tiempo
desde que nos graduamos. Allí:
Nos enseñaron que existe la libertad de expresión,
pero la Policía Municipal de San Juan multó y amenazó con arresto a compañeras
del Movimiento Amplio de Mujeres por pintar un mural en contra de la violencia
machista.
Nos enseñaron que la dignidad del ser humano es
inviolable pero cuando quisimos llevarles alimentos a estudiantes en huelga, la
Policía de Puerto Rico tiró la comida al suelo y amenazó con arrestarnos.
Nos enseñaron que nadie podrá ser despojado de su
propiedad sin el debido proceso de ley, pero el Estado pretendía, expulsar a
una comunidad entera de unos terrenos sin siquiera entregarles copia de la
demanda de desahucio.
Nos enseñaron que las leyes se interpretan según la
intención de sus autores y autoras, pero el Tribunal Supremo resolvió que las
mujeres que están en relaciones adúlteras están excluidas de la Ley 54 cuando
esa clasificación perversa no surge del texto de la ley.
Todo esto
ha abonado a un sentimiento algo desesperado que nos hace preguntarnos: ¿y con
esto voy a tener que bregar por 20,25, 50 años? Puedo confiarles que estamos
algo desolados. A pesar del cinismo que muchas veces corre y recorre a nuestra
profesión, la realidad es que no creo que alguien sospechara que tantas
instituciones importantes serían acosadas por quienes tienen el poder. Sin
embargo, en la adversidad es que suelen aflorar las mayores fortalezas.
Me
enorgullece asegurarles que existe una generación joven que ha sido sacudida,
pero que se mantiene en pie de lucha.
Les
presento a Mariana Nogales. Fue la presidenta del Consejo de Estudiantes de
Derecho en la huelga del 2010. Se colegió en el 2011. Es madre soltera de dos
hijos. Vive y trabaja por su cuenta y a través de Pro Bono en Humacao. Dice que
su carro llega en automático a San Juan, dónde trabaja voluntariamente con la
Coalición Puertorriqueña Contra la Pena de Muerte y en la de Humanistas
Seculares. Actualmente, está en la Comisión Especial del Colegio a favor del
derecho a la fianza y nos representa a todas y todos en el Comité del Pueblo en
Defensa de la Fianza.
Puedo
hablarles también de Luis José Torres Asencio, que con una maestría de Harvard,
está empeñado en trabajar para el desarrollo económico de quince comunidades a
través de la Clínica de Desarrollo Económico Comunitario de la Escuela de
Derecho de la UPR. Trabaja con agricultores y agricultoras de Utuado, padres y
madres de niños con autismo en Lajas. Eso sin contar que es Director de la
Asociación Nacional de Derecho Ambiental y se ha convertido en una voz
representativa de la nueva cepa de abogadas y abogados que nos aproximamos
críticamente al Derecho.
También
les puedo hablar de la compañera Maricarmen Carillo, colegiada desde el 2007,
con maestría de Derechos Humanos, y que trabaja en Servicios Legales de Puerto
Rico, dónde representa, entre otros, a pescadores y pescadoras de Villa Palmeras.
La filosofía de Maricarmen es que la relación profesional con sus clientes debe
partir del respeto hacia su dignidad y de validar sus experiencias de
vida. Aún así, Maricarmen me cuenta que hay un 70% de
probabilidades de que se quede sin empleo por los recortes presupuestarios a
Servicios Legales.
Mariana,
Luis José y Maricarmen son sólo tres ejemplos de colegiados en la práctica que
se suman a tantos otros y otras, que desde el Gobierno de
Puerto Rico apuestan al Colegio, que desde la propia Rama Judicial hacen la
diferencia, o incluso desde los grandes bufetes se niegan a dejarse llevar por
la marea de la indiferencia.
Es
evidente que a quien el Colegio está atrayendo, desde que la
colegiación es voluntaria, no es al estudiante de Derecho que
busca sólo de la profesión su sustento de vida, ni al abogado despatriado, ni a
la abogada indiferente, sino todo lo contrario. Los abogados y abogadas que
buscan al Colegio son aquellos comprometidos con la lucha contra la pena de
muerte, que defienden los derechos constitucionales, que validan, día a día,
prácticas comunitarias e inclusivas del Derecho. Los nuevos y
las nuevas colegiadas están dispuestos a aportar sus mejores
talentos al Colegio de Abogados y al trabajo comunitario y voluntario. Pero
¿qué esperan, qué esperamos a cambio?
Esperamos
que el Colegio de Abogados abrace una agenda de avanzada y comprometida con los
derechos humanos de la población; que visibilice a las mujeres maltratadas, a
los inmigrantes sin documentos, a las personas sin hogar, a las comunidades en
riesgo de ser desalojadas. La defensa que el Colegio haga de la población tiene
por obligación que incluir una crítica a los tribunales del país cuando fallen
en su deber de administrar la justica libre de prejuicios. Sé que esto a veces
levanta cierta preocupación. Pero hay momentos en que no hay otra alternativa.
De eso sabe nuestro Señor Presidente, Lcdo. Osvaldo Toledo, cuando prefirió la cárcel antes de aceptar una
arbitrariedad, en un acto de valentía y desprendimiento, que estoy segura
perdurará en los anaqueles de la historia de nuestro Colegio.
Una agenda de avanzada
significa validar nuevas maneras de operar al derecho comunitaria y democráticamente.
Significa asegurarnos formas de garantizar la autosuficiencia del Colegio para
poder resistir los ataques externos y dejar claro que no necesitamos que el
Estado valide ni financie nuestras ejecutorias; significa la necesidad de
formarnos políticamente para idear nuevas estrategias a favor de nuestros
clientes y clientas; y significa promover la democratización
de los procesos judiciales aunque ello implique cierta renuncia al protagonismo
del abogado o la abogada en tales procesos.
Cuando nos
enteramos de que el Tribunal Supremo, a través de una
sentencia, había determinado que una mujer en una relación de
adulterio no estaba cobijada por la Ley 54 varias integrantes de la Comisión de
la Mujer, junto a compañeras de otros colectivos, nos dimos cita a las afueras
del Tribunal Supremo para, entre otras cosas, explicarle a la Prensa la
diferencia entre una sentencia y una opinión y exigir que el Departamento de
Justicia impartiera directrices al Ministerio Público de continuar presentando
cargos contra agresores en relaciones adúlteras, lo cual logramos. Ese tipo de
incidencia, de la que no se habla en las Escuelas de Derecho,
es hoy, más que nunca, necesaria para una sobrevivencia digna de nuestra
profesión. Y subrayo DIGNA. Porque la profesión de la abogacía siempre va a
existir pero queremos ser parte de una profesión que nos haga sentir honrados,
y no avergonzados. Es así como nuestro Colegio puede convertirse en un guía
moral que no sólo nos acompañe en estos días de tanta vulnerabilidad política y
económica sino que nos incentive a ser mejores.
Para
concluir estas reflexiones, quisiera reafirmar mi compromiso con esta
institución; honro a todos los compañeros y compañeras que me llevan años de
ventaja en cuanto a compromiso y verticalidad; agradezco a todos los
presidentes y presidentas de nuestra Institución por haberla cuidado al máximo
de sus capacidades; les convoco a acompañarnos en el camino, pasadas, presentes
y futuras generaciones, siempre mirando hacia el horizonte, orgullosas y
orgullosos, de haber elegido voluntariamente ser parte de una de las instituciones
más valientes de nuestro país. Muchas gracias.
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