A continuación, comparto con ustedes la breve reflexión que inició ayer una interesante discusión en la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico. Regresar a la escuela para hacer eso, significó para mí una especie de despojo, una manera de combatir el silencio que por casi tres años me acompañó y, a la vez, una oportunidad única de intercambiar "estampas" de género con estudiantes y profesoras. Agradecida quedo de Adriana R. Alonso Calderón, querida compañera del Movimiento Amplio de Mujeres, a quien le auguro una tremenda experiencia en la Escuela de Derecho porque la ha comenzado haciendo sentir su voz (¡¡¡y aún está en su primer semestre de primer año!!!).
Conversatorio: El Rol de la Profesión Jurídica en la Erradicación de la Violencia de Género Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico
Lcda. Verónica Rivera Torres
"De la Escuela de Derecho al mundo: estampas de una mujer"
Me ha correspondido ser presidenta de la Comisión de la Mujer del Colegio de Abogados en momentos muy violentos. No hablo sólo de la violencia que cada dos días hace portada en los periódicos. Hablo también de la violencia institucional con el desmantelamiento de instituciones que tradicionalmente han servido bien a las mujeres, sobre todo las más vulnerables, la inversión fallida en campañas fundadas en el fundamentalismo religioso y hasta decisiones muy problemáticas de nuestros tribunales, que nos han puesto en una situación de gran vulnerabilidad. Así que si aprovecho esta oportunidad de reflexión, que espero sea colectiva, para compartir con ustedes unas experiencias que pienso pueden ayudar a ponernos en contexto sobre el tema de la violencia de género y nuestra profesión.
En primer lugar, parto de una premisa que me parece fundamental:
La profesión jurídica no se limita a incidir en la violencia de género creando normas o leyes para atajarla ni se limita a producir profesionales que trabajen como defensores de víctimas o agresores. Parto de la premisa de que la profesión jurídica, con todas sus instituciones, sus actores y actoras produce, gestiona y se acomoda en distintas violencias. Podría decirse además que la profesión jurídica depende de las violencias para justificar su subsistencia, y en el caso del abogado o la abogada, las violencias pueden representar su principal modo de ganar dinero. La facultad que tiene la práctica del Derecho de nombrar y crear lo que se puede o no se puede hacer, a quién se protege, a quién se excluye, definir qué tipo de acto es permitido con la excusa del sistema adversativo o el deber del abogado o la abogada en defender adecuadamente a su cliente son todas manifestaciones de cómo la profesión jurídica se inserta directamente en la maquinaria social y política que produce violencias. Si partimos de eso, tenemos que reconocer entonces que hay un conflicto inherente a la profesión que tenemos que asumir y superar si de verdad queremos convertirnos en agentes de cambio.
Partiendo del entendido feminista de que “lo personal es político” quiero compartir con ustedes tres estampas de experiencias vividas por mí. Las llamo estampas, a propósito, puesto que aunque las experiencias que compartiré son mías, no dejan de ser reproducciones matizadas por mis recuerdos, sentimientos y soledades. Las comparto a manera de reflexión y para incentivar la comunicación.
Estampa 1
Ya se ha problematizado bastante cómo la estructura jerárquica (o la educación bancaria, diría Paulo Freire) en la enseñanza del Derecho puede conducir a la exclusión de las mujeres estudiantes. Trabajos como el de Lani Gurnier en Becoming Gentlemen: Women, Law School and Institutional Change dan cuenta de cómo algunas mujeres se sienten perdidas dentro del sistema de la enseñanza del Derecho, tanto que no se atreven a levantar la mano para contestar preguntas en el aula. Sé lo que algunos de ustedes está pensando: ¡pero si las mujeres de mi clase de Procedimiento Civil no se callan! Tanto ustedes como yo vivimos escuelas de derecho con muchas mujeres estudiantes alertas, vociferantes, curiosas y emprendedoras. Yo misma nunca tuve problemas en levantar la mano para responder qué significa la usucapión. No obstante, cuando Gurnier habla del silenciamiento de las mujeres estudiantes no puedo evitar sentirme identificada.
En mi caso la pérdida de la voz no se manifestó en dejar de hablar en clase ni dejar de levantar la mano para contestar preguntas sino en un claro silenciamiento de mi identidad feminista, esa que, gritaba en silencio, cada vez que el profesor, el mismo profesor, hacía chistes sobre las violaciones a mujeres y el salón entero rompía en risa. O cuando se enteraba de casos de hostigamiento sexual que eran invisibilizados no sólo por los profesores y profesoras sino por sus propios compañeros y compañeras de clase que le reían las gracias al hostigador sólo para no comprometer su nota final. De repente, esa identidad fue silenciada cuando no había foro que la escuchara, cuando las clases con perspectiva de género eran mínimas y con la ausencia de un sistema eficiente para atender quejas de las y los estudiantes. En mis tres años en la Escuela de Derecho comprendí que existía una especie de código del silencio: no se veía, no se hablaba, no se oía nada que no fuera una que otra queja porque X o Y profesor era abusivo…. a la hora de dar las notas finales. La falta de una estructura de solidaridad, colectiva, que apelara a unos principios mínimos de sana convivencia, dónde los chistes violentos y sexistas, por ejemplo, fueran motivo de ALGUN tipo de sanción aunque fuera moral significó para mí motivo de frustración constante preguntándome por qué si levantaba la mano para contestar qué significaba el dolo, no la levantaba para informarle al profesor que sus comentarios me estaban ofendiendo. ¿Por qué no me di de baja? Más aún, ¿por qué seguía matriculándome en sus clases? ¿Dónde estaba mi voz? Sepultada viva bajo una avalancha de casos, la competencia con mis pares y el sincero temor a quedarme sola en mis reclamos. Ese temor era fundando principalmente por la falta de estructura en la Escuela para atender este tipo de situación y por la indiferencia que notaba entre las personas a mi alrededor. Agraciadamente, recuperé mi voz, quiero pensar que justo a tiempo, en mi último año, gracias al movimiento estudiantil, un alza en la matrícula y una huelga controversial.
Estampa 2
Aunque disfruté mucho y aprendí más como oficial jurídico la realidad es que nunca estuve conforme con tener que adscribirme al mito más manoseado de nuestra profesión: la supuesta imparcialidad de la judicatura. ¿Qué se suponía que significara eso? ¿Qué en cuanto entraba al Tribunal dejaba de ser mujer, negra, puertorriqueña? ¿O que dejaba ser la hija de Amelia, asistente dental y de Juan, un jubilado del gobierno de Puerto Rico? Me di cuenta también de que hay algunas identidades más sospechosas que otras. No creo que a ningún hombre blanco y rico se le presuma parcialidad. A ningún hombre se le pide que deje de ser hombre, es decir, a ningún hombre se le exige que deje de pensarse dentro de su género para resolver digamos un caso de hostigamiento sexual. Por eso, cuando se habla de neutralidad o parcialidad dentro del contexto de la resolución de casos de lo que, en realidad, se está hablando es de la perspectiva hegemónica de quien tiene la autoridad de nombrar: la perspectiva del hombre, rico y blanco. No por nada, trabajé para una mujer brillante, con una reputación intachable como profesional, que insistía en que se le llamara juez nunca jueza.
Uno de los momentos más excitantes que, como abogadas, vivimos algunas fue el proceso de confirmación de Sonia Sotomayor como jueza del Tribunal Supremo. Nos conectábamos al internet para ver las vistas en vivo, desde nuestros trabajos, y la pasamos mal cuando su mayor obstáculo fue ser mujer, puertorriqueña y…. soltera. De repente, una jueza que hasta ese momento era reconocida sencillamente como GENIAL era cuestionada sobre su temperamento judicial o si podría resolver los casos desde la neutralidad. Y la propia Sotomayor nos hizo sudar en frío cuando se prestó al juego. En aquel momento, encontré una cita de la feminista Iris Young que quiero compartir con ustedes:
El ideal de imparcialidad genera una dicotomía entre lo universal y lo particular, público y privado, razón y pasión. Es, además, un ideal imposible, porque las particularidades del contexto y la afiliación no pueden ni deben ser removidas del razonamiento moral. Por último, el ideal de imparcialidad cumple funciones ideológicas. Enmascara las formas en que las perspectivas particulares de los grupos dominantes reclaman universalidad y ayuda a justificar las estructuras jerárquicas de toma de decisiones.
Así el mito (o el fraude) de la imparcialidad es otra de las instancias que produce violencia dentro de nuestra profesión, que legitima ciertos prejuicios con resultados nefastos y potencialmente letales como los casos resueltos recientemente tanto por nuestro Tribunal de Apelaciones como el Tribunal Supremo en cuanto a los alcances de la ley 54.
Estampa 3
Como abogada litigante me invitaron a ser parte del equipo de abogados y abogadas que trabajaría pro bono con una comunidad pobre en peligro de desahucio. Entusiasmada fui a la primera reunión de la que no salí corriendo dando un portazo porque estaba muy comprometida con la comunidad. Dos abogados lideraban la reunión. Los abogados, no miento, estaban sentados a la derecha y las mujeres a la izquierda. Los abogados que lideraban la reunión nos dijeron que debíamos tomar turnos o levantar la mano. Comenzó la discusión y sólo las mujeres levantaban las manos para hablar mientras que los hombres se interrumpían los unos a los otros. Me maravillaba, de alguna manera retorcida- lo admito- ver el poder con que uno de los colegas conseguía interrumpir, tranquilamente, mirando fijamente sólo a los dos abogados delante suyo. Y lo que yo escuchaba era “bla bla bla”, y lo que veía era las mujeres con las manos levantadas esperando su turno. Obviamente, salí de allí con la boca seca, el estómago revuelto. Piensen ustedes que era la primera vez que me enfrentaba a un equipo de trabajo tan grande y llegué a temer que no hubiera espacio para mí. El tiempo me enseñó una lección: no te puedes quedar callada, aunque se te acuse de sacar las cosas de proporción, aunque te vengan con el cuento de “'¿Cómo te atreves a decirle machista a Fulano de Tal?” , aunque te digan que no tienes sentido del humor: tienes que confiar en ti, tienes que hablar. Así yo y otras hablamos sobre el asunto, confrontamos la situación, y nos quedamos trabajando por la comunidad.
Las tres estampas que me atrevo a compartir con ustedes refieren a tres momentos históricos distintos en la vida de una sola persona. Si juntáramos nuestras historias, lo más seguro lograríamos un cuadro más exacto de lo que acontece en el día a día de nuestra profesión.
Les invito a no desanimarse. Yo veo, por todos lados, muchas esperanzas. Por ejemplo, en esta misma escuela, ha surgido la OPDEM, una organización de estudiantes para trabajar a favor de los derechos de las mujeres. La importancia del trabajo colectivo no tiene límites. Si lo toman en serio, pueden configurarse en una fuerza importante para lograr a) tener más profesoras que traigan al salón nuevas metodologías pedagógicas más amplias e inclusivas b) tener más cursos disponibles que les ayude a pensar como agentes de cambio dentro del Derecho c) idear más actividades, como esta, que incentive el diálogo de temas difíciles pero urgentes d) contar con un sistema eficiente para la tramitación de las quejas de las y los estudiantes.
El silencio no es opción. Apoyen a sus profesoras cuando sean víctimas del discrimen. Una de ellas, no hace mucho reflexionaba sobre la posibilidad de crear un espacio virtual para hablar del discrimen contra las mujeres en las Escuelas de Derecho.
-¿será que ser profesora de Derecho significa enfrentarse a un cuerpo evaluador compuesto por hombres que se sienten con el derecho, la impunidad e inmunidad de decirle a la profesora a quien evalúa, que su carácter es muy débil o que es muy emocional? ¿o, por el contrario, que su problema es que es MUY fuerte de carácter?
-¿será acaso que ser profesora de Derecho puede significar tener que soportar que un miembro de un Comité de Personal pueda hacerle un comentario impropio sobre su atuendo, sobre cómo está vestida y, más aún, hacerle el comentario sobre lo 'bien vestida' que está y agregue: "Yo creo que estás enamorá"?
-¿será que ser profesoras de derecho pueda implicar que las decisiones institucionales y el 'tomarle el pulso' a cómo la facultad opina, se haga a puertas cerradas y en reuniones en las que las profesoras mujeres están excluídas, porque su opinión y criterio parece no contar?
No se conformen con las preguntas, produzcan las respuestas. NO se queden calladas ni callados. Exijan una escuela de derecho libre de discrimen como parte de su reclamo de un país libre de violencias.
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