domingo, 13 de septiembre de 2009

13-Septiembre-2009 | Mayra Montero
Antes que llegue el lunes

Criaturitas
Yo creo que tenemos una extraña, casi enfermiza tendencia a utilizar -o apropiarnos- del argot policíaco. Lo del dama tienen que haberlo introducido los policías, que son muy dados a estos arcaísmos y a los rebuscamientos idiomáticos.

¿De dónde ha salido esa anacrónica, insistente manía de llamar, a todas las mujeres, dama? Antiguamente se usaba “señora”, y a menudo no se usaba nada. Se decía gracias (a secas), o que tenga un buen fin de semana, cualquiera de esas fórmulas de cortesía, pero sin agobiar. De repente, de un día para otro, cundió el “dama” como si fuera la peste. Todo se ha vuelto: “Gracias, dama”, o “¿Encontró lo que buscaba, dama?”, o “Tenga su recibo, dama”. Es para suicidarse. Salir media hora a la calle una mujer es exponerse a que le propinen el “dama” todas las veces que intercambia un par de palabras con un dependiente, transeúnte o agente del orden público. En las tiendas, en los garajes, en los bancos. “¿Cómo la ayudo, dama?”.

Al principio, cuando me lo decían, solía responder: ¿Qué le hace pensar que soy una dama? Ya ni siquiera respondo porque, ¿para qué?; para qué gastar saliva si, tan pronto me vaya, le asestarán el dama a otra mujer, y luego a otra, y así, a todas las que vayan llegando.Yo creo que tenemos una extraña, casi enfermiza tendencia a utilizar -o apropiarnos- del argot policíaco. Lo del dama tienen que haberlo introducido los policías, que son muy dados a estos arcaísmos y a los rebuscamientos idiomáticos. El “negativo” en lugar del simple y cotidiano “no” lo metieron ellos en el discurso de muchísima gente, periodistas incluidos. Todavía cuesta trabajo oír un “no” en la calle. También cuesta trabajo oír un “sí”. Los de la Uniformada -y que me corrijan si no fueron ellos- un buen día decidieron que nunca más iban a decir “sí”, y todos se dieron a la tarea de responder: “Eso es así” o “Eso es correcto”.

De lo que no tienen culpa los esforzados y muy robustos agentes es de otra tendencia que se extiende de una manera voraginosa: los malditos diminutivos. ¿Nos estamos volviendo tontos o qué? En las tiendas sobre todo, en los supermercados, en los laboratorios clínicos. En un laboratorio una mujer me dijo: “Mueva la manito, así, para que la venita...”. Sacarse sangre en Liliput debe ser menos cursi.

¿Y en las tiendas? En una muy famosa, se me acercó hace poco una dependienta, y viendo que sostenía yo dos o tres piezas de ropa, musitó: “¿Le llevo la ropita, dama?”. Le respondí con un “¡no!” tan visceral, tan salido de la desesperación, que me gané una reprimenda de las dos amigas que me acompañaban. Pero ¿qué podía hacer yo, si me hieren dos veces, con ropita y con dama? Tengo la ligera sospecha de que, un piso más abajo, en la sección de caballeros, cuando un hombre coge unos pantalones y un par de camisas, nadie se acerca a susurrarle: “¿Le llevo la ropita?”. Los hombres no usan ropita, faltaría más, pero nosotras sí. Blusitas y falditas.

Todo es un chiquiteo empalagoso, incluso cuando nos devuelven la tarjeta de crédito: “Por aquí su tarjetita, dama”. En cuando a los vendedores de cosméticos, hay que pararse a oírlos. Ya una dejó de tener ojos y cejas, ahora tenemos ojitos y cejitas, y las cremas nos las debemos untar con el dedito. Tampoco venden sombras, sino sombritas. Y si creíamos que los términos en lengua inglesa nos iban a salvar la vida, olvidémonos de eso. Un joven maquillador, en uno de esos mostradores, insistía en venderme “un lipstickcito”.

Si eso quedara ahí, en los potingues y los trapos, pues una se echa la manta a la cabeza y aguanta. Pero en los restaurantes nos preguntan si “prefiere esta mesita, dama”, o si queremos “un postrecito”.

Los periodistas no son ajenos a esta locura. También sucumben a menudo al “dama”, que alternan elegantemente con el “fémina”. Y en la prensa escrita se sigue aludiendo al “varoncito”, y al tan insoportable “añito”. Doce mesesitos que luego, al parecer, tienden a crecer bastante.

Yo sé que hay frases hechas y fórmulas muy coloquiales -a lo mejor el cafecito cae en esa categoría-, incluso unos modos caribeños de alegrar el vernáculo y que tienen que ver con el uso de algún diminutivo de vez en cuando. Pero de ahí a meter veinte diminutivos en un párrafo, las veinticuatro horas del día, es un exceso que tiene que fundir neuronas. Insisto en que eso atonta, esa hemorragia martilleando el cráneo.

Para colmo, viene otro perla de esos, salido del Portal de los Desaguisados, abotagado por cien mil almuerzos, y suelta su garrapatita. Con lo que se prueba que los diminutivos no son muestra de ternura, decencia o ganas de ganarse al prójimo. ¿Queda alguien por entrevistar allí? Se inmolan a lo bonzo, las criaturitas...

No hay comentarios: