miércoles, 5 de septiembre de 2012

¿Qué dices, Michelle? de Mari Mari Nárvaez


Hace algunos años Mari Mari Nárvaez escribió esta columna que fue publicada en Claridad y en su blog. Anoche Michelle Obama dio su discurso en la Convención del Partido Demócrata y, nuevamente, su reivindicación de su puesto de "mom-in-chief" como su más importante prioridad levantó preguntas y críticas desde una perspectiva de género. Aquí republico el ensayo de Mari, para nutrir aún más la discusión. VRt


Yo también he soñado con él. ¿Qué mujer de este planeta no lo ha hecho? Barack Obama es el símbolo del hombre ideal de estos tiempos: inteligente, con buen sentido del humor, dulce, amoroso, comprometido con su país, buen padre y esposo pero sin esa insistencia patética propia de los políticos de querer parecer que tienen familias perfectas. Para colmo, es guapo, esbelto y atlético. ¿Qué más se puede pedir?
Políticamente, no tengo falsas expectativas con él pero tampoco soy tan cínica como para decir que no representa algo nuevo y distinto, un cambio que ya ha comenzado a traducirse en lo que debería ser un mundo un poco más justo y equilibrado. Al elegirlo, el pueblo estadounidense demostró un cambio significativo de mentalidad y ya no es ni será el mismo jamás.
Mi obsesión mayor, sin embargo, no es con Barack sino con Michelle, un personaje aún más interesante a pesar de que no posee el multiculturalismo de él, que tanto ha llamado la atención del mundo.
Así de brillante, encantadora y linda como es Michelle Obama -quien según las encuestas, es más popular en el mundo entero que el propio Barack- es también el ejemplo perfecto de lo complejo (por no decir patético) que sigue siendo ser mujer en este mundo. 
Es sabido que las mujeres siempre son mucho más criticadas que los hombres y por muchas más razones. Al político se le critica por lo que hace y por lo que dice. A la mujer se le critica por lo mismo, más por sus capacidades como madre, como esposa, como hija, vecina, amiga, hermana y, por supuesto, por su peso, por la condición de su cuerpo, por su peinado, maquillaje, vestimenta y la de toda su familia.
Yo también observo con interés los bíceps de Michelle y los vestidos que se pone, lo que no significa que no me moleste la constante cobertura mediática sobre su cuerpo y su ropa. El mensaje es claro: puedes ser una super profesional graduada de una Ivy League pero sigues siendo mujer, y las noticias en torno a ti seguirán siendo en primer lugar sobre cómo te ves.
Y aunque creo que los medios son exageradamente frívolos al analizar con tanta obsesión sus vestidos como si ese fuera el epicentro de la noticia, tampoco hay que subestimar que detrás de su forma de vestir hay otra historia muy interesante. 
Hillary Clinton, por ejemplo, es una típica babyboomer, diecisiete años mayor que Michelle Obama. Ambas son mujeres inteligentes, liberales, exitosas en sus carreras, preparadas en universidades Ivy League y esposas de los políticos estadounidenses más carismáticos e inteligentes de los últimos tiempos. La vestimenta de Clinton siempre ha consistido de eso que los diseñadores llaman “that suit”: el típico conjunto de chaqueta/falda o pantalón, inspirado en el gabán masculino. That suit se creó para ayudar a que las mujeres se asimilaran a los hombres lo más posible, con la clara intención de que las tomaran en serio en el mundo profesional. El suit no es más que una versión moderna del viejo disfraz de hombre al que las mujeres más osadas -desde la antigüedad hasta principios del siglo XX- tuvieron que recurrir para poder acceder a la cultura.
La moda de Michelle es mucho más actual. Se basa en el vestido femenino, usa colores vibrantes y luce elegante, sencilla y moderna. No tiene razones para ocultar su mujerilidad y se aleja por completo de la necesidad de mezclarse entre los hombres. Es una expresión de lo que significa ser mujer hoy día en una sociedad capitalista como la nuestra. En efecto, la mayoría de las mujeres se preparan para ser profesionales o al menos trabajadoras y lo hacen tal y como son, cada vez teniendo que imitar menos a los hombres y pensando menos en si se nos penalizará o se nos verá con menos seriedad por ello.
Sin embargo, junto a esta fascinación por el ajuar de la primera dama hay algo más. Las feministas norteamericanas han criticado hasta la saciedad el ‘momification of Michelle Obama’, como alguna de ellas le ha llamado al fenómeno de su domesticación mediática.
En efecto, de ser la mujer vocal y crítica que vimos durante la campaña presidencial, ahora nos encontramos con una igualmente brillante y encantadora cuyas actividades mediáticas principales son sembrar un huerto en los jardines de la Casa Blanca, hablar con los niños, velar por el bienestar de sus hijas, las adorables Sasha y Malia, y pasear por los países que Barack visita.
En efecto, parece que dos cosas le costaron caro: en primer lugar, haber dicho durante la campaña que por primera vez se sentía realmente orgullosa de su país. El comentario le ganó la percepción estereotipada de “angry black woman”, lo cual no es bien visto en la sociedad estadounidense.
En segundo lugar -y muy paradójicamente- la retirada de Hillary Clinton de la carrera primarista también tuvo sus efectos en el destino de Michelle. Mientras la campaña de Obama necesitó una contraparte femenina tan intelectualmente poderosa como Clinton para hacerle la competencia, estuvo bien que Michelle hablara de política pública y de racismo. Lo hacía casi a diario en las cadenas noticiosas más serias de la Nación, y con tanto criterio y elocuencia que el público incluso llegó a verla como una verdadera dupla en la carrera presidencial de Barack.
Tan pronto como Hillary salió de la carrera primarista, Michelle empezó a visitar constantemente programas “femeninos light” como The View, y empezó a hablar de cosas más inofensivas como los catálogos donde compraba su ropa y cómo su marido dejaba las medias tiradas en el piso.
Tan pronto como Barack Obama ganó la presidencia, ella misma se acuñó el título de ‘Mom in chief’ para explicar (una y otra vez) que su prioridad sería ayudar a sus hijas a ajustarse a su nueva vida en la Casa Blanca.
El problema no radica en que esa fuera su prioridad. Es obvio que alguien tiene que velar por el bienestar de las niñas y obviamente el Presidente no va a tener tiempo suficiente para ello. El problema más bien fue la constante repetición de que ESA sería su prioridad, como estableciendo que no estaría involucrada en asuntos de política pública, lo cual seguramente apaciguaba la ‘amenaza’ de que hubiese una mujer negra detrás del trono.
Como dice la periodista Rachel Swarn de The New York Times, (traducción mía) “al enfocarse en su persona doméstica, asegurando así la fascinación por su familia, la Primera Dama y su equipo de comunicadores han emergido como los arquitectos clave de una de las transformaciones políticas más sorprendentes en muchos años. Hace tan solo unos meses, la señora Obama fue descrita por algunos conservadores como una ‘mujer negra rabiosa’ en detrimento de su esposo. Ahora es admirada en todas partes por su calidez y su modo de ser tan vibrante y accesible. Su raza ahora es un asunto más que secundario para muchos estadounidenses. Se adhiere a su guión, pronunciando discursos animados y breves que se alejan de lo controversial. Habla sobre la importancia del voluntariado y sobre las familias de los militares pero rara vez discute asuntos de raza o su interés en influenciar la política pública”.
No se puede negar que Hillary Clinton, sin tener la chispa ni la dulzura de Michelle, nunca asumió públicamente el papel de esposa y mamá doméstica. Seguramente atendió a su hija y la ayudó a ajustarse a su nueva vida en la Casa Blanca pero nunca se hizo definir por esa tarea.
Ahí se establecen nuevamente las grandes diferencias entre una generación de mujeres y la otra. Las babyboomers como Hillary eran madres que resolvían como mejor podían el caos que supone y que siempre supondrá ser madres y grandes profesionales al mismo tiempo.
Para esta nueva generación de mujeres, sin embargo, la maternidad es algo que se exhibe y se discute mucho más. Los hijos son una realidad que no hay que soslayar porque no existe la necesidad de “mezclarse” entre los hombres para acceder a su mundo. Hoy día la mujer llega al lugar de trabajo o a donde sea con toda su realidad: con sus vestidos, con sus intereses y con la realidad de sus hijos abiertamente a cuestas. 
Aunque suene contradictorio, en el fondo creo que, todo esto ha convertido a Michelle en un personaje interesante y complejo. Incluso, tal vez más que por ella misma, por lo mucho que nos reconocemos en ella las jóvenes adultas.
Por un lado, cuando cumplo con ese hábito propio de nuestro género de ser hipercrítica con las demás mujeres, me siento decepcionada con ella por haber asumido el rol de su domesticación. Caramba, me digo, una mujer tan inteligente, independiente y preparada.
Me pregunto realmente qué mensaje nos está enviando. ¿Que la mujer puede ir a Harvard y tener una carrera extraordinaria y desarrollar al máximo sus talentos pero, en el fondo, su primera vocación habrá de ser siempre la de madre?
No estoy pasando juicio sobre ello (eso lo haré en una próxima columna). Sólo me pregunto si eso es lo que nos plantea el modelo de Michelle a las millones de mujeres que la observamos, queriendo contestar así nuestras propias preguntas. ¿Qué nos estás diciendo, Michelle?
Por otro lado, sin embargo, también me divierto con el nuevo rol de la licenciada Obama. Le veo un interesante deje de sedición a sus comparecencias. A veces pienso que nos está tomando estratégicamente el pelo a todos y todas.
El otro día, mientras un grupo de niños y niñas que visitaba la Casa Blanca, conversaba con ella, una niñita le dijo que, cuando fuera grande, quería ser Primera Dama. “No te lo recomiendo. No paga bien”, le contestó Michelle, quien varias veces ha comentado su nuevo estado de trabajadora sin sueldo. (O sea, esclavitud, añado yo).
Otro niño le preguntó si a ella de todos modos le gustaba cocinar para su familia a pesar de que tiene cocineros en la Casa Blanca. Sonará tonto pero este es terreno sensitivo para una primera dama. Todas han sacado pecho como supuestas aficionadas de la cocina que ocasionalmente despachan al cocinero de turno para preparar ellas mismas los alimentos.
Contra todo pronóstico, sin embargo, Michelle contestó al niño que no extrañaba para nada la cocina, que los chefs de la mansión presidencial hacían muy bien su trabajo y ella prefería que las cosas siguieran así.
El día que sembró su huerto orgánico con un grupo de niños washingtonianos, preguntaba constantemente: “¿Creen que ya podemos dar esto por terminado?”
Según David Axelrod, asesor senior del Presidente Obama,  “no diría que estamos tratando de suavizarla. ¿Si hay un esfuerzo para que la gente la conozca? Sí. Queremos que la gente la conozca. Hubo mucha caricaturización de ella durante la campaña”.
No me molesta del todo la domesticación de Michelle. En última instancia, lo doméstico nos une a todos los seres humanos. Todos y todas tenemos desafíos caseros. Cocinar, hacer un huerto, decorar una casa lo más bonita posible, ser esposa, mamá, tía, hija, hermana, y trabajar duro para ganarse la vida es algo que nos une a todas las mujeres y es un tema recurrente entre nosotras. No tiene por qué avergonzarnos el hacer pública esa domesticidad.
Lo que no me encaja es que la imagen actual de la Primera Dama no sea fiel a todos sus intereses.
De hecho, según la escritora de The New York Times, “la imagen que está proyectando la señora Obama no refleja a la primera dama multifacética que, en efecto, es. Obama, una abogada educada en Harvard y ex vice presidenta de un hospital, es también una profesional dura y seria a quien le interesa profundamente influenciar la política pública. Sus máximos asesores están inmersos en las discusiones de políticas en el Ala Oeste de la Casa Blanca pero, sin embargo, esto no se comunica públicamente”.
No parece que hayan dudas sobre su continuo rol en los asuntos públicos  aunque sea subrepticiamente. Entonces, ¿por qué tiene que ser una aportación clandestina?
Lamentablemente, si algo queda claro es que  el ser mujer todavía es algo de demasiada vulnerabilidad social: el lado más fino por donde siempre partirá la soga. No me gusta la victimización de índole alguna, mucho menos por razón de género. Sin embargo, según lo que nos dice Michelle sin decirlo, el sacrificio sigue empezando por ahí.

No hay comentarios: