En WKAQ Radio están circulando una promoción de la intervención de una empleada gubernamental recién cesanteada en el programa de Luis Francisco Ojeda. En la pauta, podemos escuchar a la empleada, ahogada en llanto, contarnos cómo teme perder su plan médico, cómo tomó exámenes para entrar al Gobierno (y no como batata política) y, ya al final, dijo: “Yo no fui a la marcha y me botaron”.
Esas palabras me convocan para hablar, una vez más, de la solidaridad.
Hace muchos años, decidí que el miedo no iba a paralizar mis creencias. Que no es suficiente creer vehementemente en algo, una tiene que poner la acción en dónde pone la palabra y que vale la pena, MUCHO LA PENA, arriesgarse a favor de otras personas. Aprendí, además, que el MIEDO no rinde dividendos. En estos momentos, en que Puerto Rico retrocede tanto y tanto, en que tenemos un gobierno neoliberal a lo bruto (y tan anacrónico) tenemos que salir a la calle.
A la calle, por la gente del Caño. A la calle, por los empleados gubernamentales. A la calle, por los empleados de la industria privada que son y serán desplazados. A la calle, por las “comunidades especiales”. A la calle, por los gays. A la calle, por las mujeres. A la calle, por las playas. A la calle, por el país.
Y con calle no me refiero literalmente a la calle. Hay que marchar, pero también hay que escribir y publicar, crear blogs, llamar a la radio, conversar con la vecina o el vecino y crear conciencia. En cada esquina, denunciar. Y utilizar la suerte que tenemos muchas y muchos de tener un trabajo más o menos seguro, para entonces utilizar nuestras voces a favor de aquéllos y aquéllas que no se atreven a hablar. Pero, también hay que alentar a esas voces en silencio, a que superen el miedo. Al final, aún si no marchas, te botan. Hay que morir con las botas puestas.
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