Hoy Día de los Derechos Humanos, las redes sociales me recuerdan que, hace cuatro años, la Revista Cruce publicó el siguiente escrito de mi autoría. Como me percato de que el enlace original a la columna no funciona más, lo copio por aquí. Este escrito es de los más difíciles que se me ha hecho crear. Recuerdo claramente mi estado anímico de entonces y el sentimiento de impotencia e indefensión que me atacó por mí y mi gente amada. No obstante, también recuerdo mi convicción de que, en momentos así, la única estrategia correcta es apostar a los derechos humanos- no como un mero listado legalista de obligaciones estatales- sino como experiencias vivas, ricas y plenas, que propendan al amor, la solidaridad y la empatía. Es esa convicción la que consuela a mi corazón y la que motiva que quiere compartir el escrito nuevamente con ustedes. Gracias por leer y compartir. vrt
Los
Derechos Humanos como defensa ante el horror
10-diciembre-2012
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A
Bárbara, por elegir al amor
¨Quizá
no seamos héroes
pero
aún seguimos vivos
y
en la crisálida su voz estallará.
Y
no se quedará inmóvil al borde del camino
y hará futuro su fuerte fragilidad.¨
Ismael Serrano
Juro
que quería escribir de otra cosa. Lo juro. Quería dedicar esta columna a mi último
viaje de militancia feminista para el Comité de América Latina y el Caribe para
la Defensa de los Derechos de la Mujer (CLADEM), el cual me llevó a las hermosas
calles de La Haya en Holanda. Quería escribir de los encuentros que tuve con
mujeres maravillosas de África, las Américas,
Europa y Asia, que me hicieron sentir pequeña entre tanta grandeza,
trabajo valeroso e historias de superación. Quería contarles, por ejemplo, de la
Organisation for Women´s Freedom in Iraq (OWFI) http://www.equalityiniraq.com, de
Puntos de Encuentro de Nicaragua http://www.puntos.org.ni/ y del Instituto
Nacional de Equidad de Género e Historia de las Mujeres de Holanda http://www.e-quality.nl/.
También interesaba compartir mis impresiones sobre la necesidad de que las
feministas puertorriqueñas conectemos con nuestra latinoamericanidad, que es a
la vez nuestra ventana al mundo, derrotando a todo pulmón las barreras del
colonialismo. Vamos, quería hablarles de cosas bellas, de proyectos que
están funcionando en otros países y de ideas para lograr una mejor vida para las
personas que habitamos Puerto Rico.
Pero
¿qué hago si de lo que quiero hablar es de un asesinato? Y ¿qué es un asesinato
sino la negación más cruda de todos los principios sobre los que se levantan
los derechos humanos? Lo que me nace es compartirles las emociones
contradictorias que tuve por cinco días, desde que- por amistad con Bárbara
Jiménez, amiga y compañera de CLADEM- decidí enfocarme en la parte más
espiritual de mi ser, como las personas que lanzan pensamientos positivos al universo
para ver si tienen eco; a pesar de mi pesimismo, a pesar de ser cagüeña y saber
que a esa máquina ATH de Condadito no se debe ir ni de día, elegí tener fe de
que todo terminaría en un susto. Las esperanzas se fueron desvaneciendo una por
una hasta que al final llegó el silencio terrible del shock. José Enrique,
asesinado. A la primera pregunta que me vino a la mente, ¿y ahora qué se hace
con esta desolación?, lo que se me ocurrió fue ¨abrazar a quienes nos quedan¨. Aún
así quedaban las dudas, el miedo y la tristeza. Después, las portadas. Tortura. Así, de
simple, con todas sus letras. Tortura. Y ahí se me revolcó todo. Recordé a los
muertos de mi familia, aún los que fueron asesinados antes de que yo naciera.
Recuerdo el rechazo visceral de mi madre hacia El Vocero por aquella portada en
la que publicó el cadáver de su hermano asesinado. Tortura, dicen. Como si
fuera cualquier cosa. La habitación se me hizo pequeña. Ni el abrazo amado me
quitó la sensación de amargura. Y entre todas esas cosas, decidí concentrarme
en lograr inspiración para escribirles sobre la importancia de reivindicar la
lucha puertorriqueña por los derechos humanos de todos los seres humanos. De todos y todas.
Después
de tremendas tragedias como la de José Enrique, no falta quien intente convencernos
que debemos apartarnos de la ruta de los derechos humanos- esa que reclama que
los Estados deben garantizar una vida
libre de violencias con acceso a la educación, servicios de salud, alimentos y
vivienda- y sucumbir a nuestros deseos de venganza. De hecho, hay quien acusa a
las defensoras y defensores de derechos humanos de ser, en parte responsables,
de las muertes violenta. Algunos nos recuerdan que debimos votar a favor de las
enmiendas a la Constitución para limitar el derecho a la fianza, obviando el
hecho de que uno de los secuestradores y asesinos era un joven sin expediente
criminal e hijo de una madre y un padre tan decentes que ellos mismos lo
entregaron a la Policía. Nos acusan
también si osamos siquiera cuestionarnos qué pasó por la vida de esas dos
mujeres que las convirtió en el alma de todo un operativo macabro y abusivo. En
fin, la rabia y la desolación nos hacen susceptibles de convertirnos en chivos
expiatorios.
La
realidad es que, en momentos de mayores violencias, es cuando mejor nos
recompensa invertir en prácticas humanistas, solidarias y a favor de la
equidad. Lo sé porque nos lo contó la presidenta de la OWFI cuando habló de
cómo las mujeres iraquíes se convirtieron en ¨buena mercancía¨ luego de la
ocupación estadounidense y como ahora, muchas de ellas, han logrado escapar la
violencia y desarrollarse. Lo sé porque cuando en el Palacio de la Paz se tocó
el tema de Palestina y su falta de protección internacional hubo un silencio
incómodo que nos avergonzó a todos, vergüenza que poco después llevó al
reconocimiento de Palestina como estado observador. Lo sé porque por cada mujer
que resulta sexualmente explotada en Nicaragüa, muchas otras son impactadas
positivamente por campañas feministas.
En momentos de crisis, apostar por los derechos humanos brinda un puente
amoroso y solidario hacia la paz; rechazarlos es resignarnos a vivir en medio
del horror.
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