lunes, 24 de agosto de 2015

Relatos del hambre: Alana

1985.  No. Tiene que haber sido...83? No recuerdo exactamente. Mi "pitch" era que la venta era a beneficio de la clase graduanda.  Cual clase?  No importa.  A veces decía el nombre de mi escuela.  A veces decía el nombre de escuelas vecinas que conocía en el barrio.  Pero era una excusa fácil para que una niña de 8 o 10 años estuviese vendiendo chocolates de casa en casa.  Casi nadie me lo cuestionaba.  A veces la curiosidad de mis compradores me atrapaban en la complejidad de la mentira y sacaba a correr cuando empezaba a tartamudear.  Pero no es que hiciera algo malo.  Solo me daba vergüenza decir que vendíamos chocolates para tener dinero para vivir. Eso no sonaba tan intrigante como una clase graduanda.  Sonaba mas a pobreza, a enfermedad, a vagancia... a indeseable.  Si.  Lo de la clase graduanda era mas fácil.  Supongo el factor "cute" me habrá ayudado.  El pelo me llegaba a la espalda y tenía mi primera pollina.  A veces vendía uno.  En un buen día, vendía 15.  Para mi $15 eran un mundo.  Mi mama por su parte siempre vendía el doble que yo.  Me pregunto, cual habrá sido su "pitch"?  Nunca le pregunté.  Recuerdo que en aquel entonces vivíamos en en la casa aun sin terminar de construir.  La cama estaba en la sala.  El baño no tenía puerta.  Nuestra luz era de un quinqué. Faltaban todavia otros 2 o 3 años para que tuviésemos cuartos con puertas.  Y hacía 4-5 años que mi mamá se había separado de mi papá.   Estaba estudiando para completar el bachillerato abandonado 20 años antes.  Esta vez educación.  Mi papá mandaba $31.25 a la semana para aportar... a mi, supongo.  $31.25.  Al dia de hoy, 31-25 todavía es un número que causa un torbellino de emociones en mi pequeña familia de dos.  Quizás lo debo usar como PIN.  Difícil olvidarlo.  Pero en realidad cualquier cosa que nos remonte a esos días puede causar ira, llanto, tristeza, miedos...vergüenzas...juicios.  Mi mama seguro no olvida.  A veces es difícil rescatarla del espiral, una vez entra en el.  Aunque en realidad, hambre no recuerdo haber pasado.  Recibíamos cupones; mi abuela mandaba comida; almorzaba en el comedor escolar y me comía lo que otros dejaban.  Cuando todo lo demás nos fallaba, siempre podíamos contar con panas y guineos del patio.  El dinero de estudio y trabajo ayudaba un poco, pero casi todo se quedaba en la UPR. Cogíamos la pisicorre a Rio Piedras para buscar los especiales.  Los domingos caminábamos a la iglesia, y si nos sentíamos alegres, a las 12 caminábamos a la panadería para un bizcochito.  Budín? Quesito? Hmmm... En días de aventuras, lo seguíamos hasta la parada de guaguas para ir al cine.  Algunos domingos en la tarde esperábamos tres horas, perdíamos la esperanza y regresábamos caminando a casa.

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