Hubo un tiempo en que el sistema democrático prevaleciente no consideraba legal ni legítimo conferirle derechos a los negros y hubo también un tiempo en que el sistema democrático prevaleciente no consideraba legal ni legítimo conferirle derechos a las mujeres.
La decisión del Tribunal Supremo de Puerto Rico de no permitirle a una mujer adoptar a la hija biológica de su compañera tiene que ser objeto de profunda consternación para todos aquéllos que, reconociendo esa errada trayectoria política y jurídica sean capaces de reconocer en este caso la vida mas allá de lo que ha sido y sigue siendo la desprotección de la ley.
No hay un tipo único de familia. Familias hay muchas y muy diferentes. Este reconocimiento lo hacemos frente a lo que están siendo las vidas singulares de amplios sectores poblacionales del planeta entero. El derecho tiene que tomar nota de esto.
Dice el filósofo español Fernando Savater, que el asunto más neurálgico de las democracias modernas tiene que ver con los derechos de las minorías y los derechos de la diferencia. Para Savater, la tarea política y jurídica más importante en estos momentos consiste en ampliar el conjunto de libertades efectivas de los sectores que aún los disfrutan sólo de modo minusválido. Lo más fácil es no reconocerle derechos al otro cuando uno está cómodamente instalado en el disfrute de los de uno. Pero la justicia tiene que ver con la relación con el otro, con el respeto a la singularidad del otro. Es preciso conectarnos con esta maravillosa idea de que la vida humana toma muchísimas formas y que la tarea del derecho es conferirle valoración jurídica a ese reconocimiento.
La madre biológica de esta niña quiso darle un rostro a esta problemática profunda compareciendo ante los medios, trayendo de esta manera a nuestra reflexión el planteamiento del filósofo francés Emmanuel Levinas en torno a que el rostro del otro nos obliga, nos impone una responsabilidad ética para con el próximo (vecino, amigo, colega, hermana o hija) cuya vida es distinta de la mía y de mi sistema de creencias. Al asumir esa responsabilidad ética (e histórica) nos crecemos como sociedad y como personas.
*Columna publicada hoy en El Nuevo Día.
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