viernes, 16 de abril de 2010

Columna en Voces El Nuevo Día

16 Abril 2010
Una ventana abierta *

El asesinato del niño Lorenzo González Cacho ha logrado abrir la ventana, casi siempre herméticamente cerrada, de un hogar de la clase socioeconómica más aventajada del País. Titulares y titulares. Niño muerto no era de un barrio pobre. Madre sospechosa no es drogadicta de un residencial. Padre presunto abusador no es un desempleado sin diploma de escuela superior.
De repente, se ha abierto la ventana y Puerto Rico ha tenido la oportunidad de ver, como noticia de primera y última hora, cómo las y los miembros de la clase alta del País padecen de los mismos males que se utilizan para criminalizar (sin demasiada dilación) a las y los pobres del País: violencia doméstica, maltrato de menores y abuso de sustancias controladas. La diferencia brilla, claro está, en que a esta madre y a este padre no los defiende la Sociedad para la Asistencia Legal, la escena del crimen ha sido alterada, la Secretaria de la Familia gana proyección pública a costa del cadáver de un niño de ocho años, y el pueblo de Puerto Rico, que a ratos aparenta ser un muerto que camina, se ha movilizado en vigilias y manifestaciones exigiendo justicia para el niño.
De camino también una joven, mujer, madre y adinerada (¡qué muchas cosas!) se ha enfrentado, de golpe, a la torcida y controvertible vara que esta sociedad utiliza a la hora de juzgar a sus ciudadanas. Ana Cacho, se ha convertido en escoria pública, la peor de las mujeres, en la anti-madre, acusándola a través de estereotipos trillados y gastados.
Hay quien se pregunta por qué el caso de la familia González Cacho es especial, cuando lamentablemente en Puerto Rico, cada cierto tiempo muere un niño o una niña a manos de sus padres o familiares sin que se forme el presente fenómeno mediático. Lo es precisamente porque pocas son las veces que esta sociedad se permite echarle un vistazo al mundo doméstico (con sus vicios y males) de la clase rica del País. No estamos acostumbradas ni acostumbrados a que nos enteremos de que estas cosas suceden en urbanizaciones exclusivas de Dorado. Y cuando sucede hay un cierto morbo, una cierta satisfacción (que nadie se atreve a admitir) de poder, por una vez, apuntarles con el dedo.Mientras tanto, el niño sigue muerto, sus padres siguen odiándose, la prensa sigue vendiéndose por la noticia fácil y el País, ¿qué país?
* versión original de este escrito fue anteriomente publicada AQUI.

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